Decía Belén Esteban en Interviú que tiene tanto tirón porque es normal. Si hubiera dicho lo contrario (que tiene tanto tirón porque es anormal) lo habríamos aceptado también sin mayores complicaciones. Hay personas en las que puede coincidir de forma simultánea el máximo grado de normalidad con el máximo grado de anormalidad. Belén Esteban es una de ellas. Podríamos decir, por expresarlo de otro modo, que la normalidad es muy rara, o que la anormalidad es muy normal. No estamos hablando del caso típico de los extremos, que se tocan. Se trata de algo más sutil, más inasible, como aquello que hace que un poema muy sencillo sea al mismo tiempo muy complejo. Hay una complejidad sencilla (o una sencillez compleja) del mismo modo que hay una normalidad anormal y viceversa.

Aznar llegó al Gobierno tras una campaña en la que se presentó a sí mismo como el paradigma de la normalidad. Era un fundamentalista de la normalidad, lo que entonces nos hacía gracia por la contradicción interna que implicaba. Pasado el tiempo sin embargo, acabamos aceptando el término ultracentrista para referirnos al extremista de centro. Si bien al principio se decía con ironía, ahora se dice en serio ya. Se puede ser un fanático del centro, pese a ser el centro poco radical, como se puede ser un centrista de los extremos. El asunto es complicado, pero seguro que algún experto en fútbol, que estos días es metáfora de todo, podría explicarlo. Por mi parte, aún no he logrado averiguar qué es un falso nueve.

También Rajoy, durante su campaña, se refería a sí mismo como un tipo normal, previsible, homologado. Lo curioso es que vendía esa imagen de individuo estándar como si fuera una rareza. He aquí de nuevo la contradicción: la normalidad no puede ser una rareza. Y sin embargo él era justamente eso: una rareza normal, quizá una normalidad rara. Y continúa siéndolo. Se aprecia en cualquiera de sus actos, pero donde más destaca esta condición imposible es en las fotos en las que aparece junto a otros mandatarios que hablan inglés. Quiere decirse que las frases de Belén Esteban, al contrario de las de Montoro, son muy iluminadoras.