Un chiste. Esto es una fábrica española que hace un pedido a una fábrica alemana. En él incluyen la referencia habitual a la tolerancia máxima de errores: "5 % defectuosos". Inmediatamente reciben la siguiente respuesta: "Si desean piezas defectuosas deberemos revisar el precio porque nos cuesta mucho producirlas". Al principio era un chiste de japoneses, pero desde lo de Fukushima ha cambiado de protagonistas.

El chiste apunta a uno de los tópicos más extendidos sobre nuestras deficiencias competitivas. La existencia de empresas que exportan con éxito y que no cesan de ganar mercados nos indica que no debemos generalizar, pero las noticias de cada día insisten en recordarnos un problema de eficacia que tiene en la administración una de sus áreas de penetración más importantes. Bien entendido que el concepto de administración incluye a los órganos de gobierno, hasta lo más alto.

Noticias como las que enturbian la puesta en marcha del copago farmacéutico. Narran historias de pensionistas que han abandonado la farmacia sin sus medicamentos, porque les piden que paguen un 50 % en lugar del 10 % que les toca, por el desfase de la base de datos. O que les exigen abonar más del máximo legal a cuenta de una devolución futura de la que sospechan. Todo ello añade dolor a la aplicación de una medida ya de por sí dolorosa, como ha sido la histórica supresión de la gratuidad de los medicamentos para pensionistas y jubilados.

Es obvio que los responsables políticos empezaron a aplicar la medida sin comprobar que todo estaba a punto. Se hicieron las cosas mal, y se tiró para adelante con total desprecio de las consecuencias. Luego todo se soluciona quitando importancia a lo que se suele calificar de pequeños incidentes prontos a ser resueltos. Y los ciudadanos no nos extrañamos demasiado, lo cual viene a ser peor, porque da la medida de la carta de normalidad de que goza el problema.

Algunas comunidades autónomas han parcheado el lío por su cuenta. No todas las administraciones son igual de insensibles, o al menos, no todo el rato. Pero la cuestión es que si gobernantes y rectores del aparato del Estado dan por buena una dosis elevada de ineficacia, si parten de un porcentaje de piezas defectuosas en cada pedido, poco están haciendo para que el país entero tome la senda del rigor y el perfeccionismo necesarios para ser competitivos y salir del agujero.

Ya pueden ir suprimiendo municipios y dictando el sueldo de los alcaldes. Eso solo hace cosquillas a la bestia. De lo que se trata es de ponerla a trabajar en serio. Pero ahí se pueden pisar muchos callos que son votos.