Project X es una sobrecogedora película de terror sin un solo muerto. La cueva de los sueños olvidados es una sublime película religiosa en la que no aparece la palabra Dios ni se sugiere Su presencia. La primera transcurre íntegramente en una casa suburbial norteamericana de lujo, arrasada en la fiesta adolescente organizada por el hijo del dueño.

La segunda transcurre íntegramente en la cueva francesa de Chauvet, habitada por neandertales de comportamiento exquisito en relación con los asistentes a fiestas contempo-ráneas. Para explorar su crea- tividad, los protagonistas de ambas películas recurrían a sustancias químicas de efectos similares. Al comparar el graffi-ti que los estudiantes de Project X pintan en la puerta del garaje con los leones, caballos y rinocerontes de las escenas rupestres en Chauvet, se concluye que los seres humanos han cambiado menos que sus residencias a lo largo de los úl-timos 32.000 años. El mismo arrebato les impulsaba a enfrentarse a un oso y a arrojar un Mercedes a la piscina de su propietario.

También cabe anotar algu- na diferencia. Por cada espec-tador adolescente de La cueva de los sueños olvidados, hay mil que han visto Project X, y la proporción no mejora en otros segmentos de edad. Puesto que a menudo se nos acusa de indefinición, estableceremos con contundencia que los centros escolares que no hayan incluido el documental sobre Chauvet en su programación de fin de curso han incumplido con estrépito su misión de guía.

En cambio, ningún alumno de enseñanzas medias precisa de alicientes para visionar Project X. Seremos muy cuidado-sos antes de recomendar esta última a los adultos porque, si los padres se enteraran de su contenido, se encadenarían ante los cines donde se exhibe, y no me refiero al desfile de cuerpos desnudos en sazón.

Femeninos, porque hay co-sas que nunca cambian. O sí, puesto que la cueva de Chau-vet contiene tesoros sobrados para alterar irreversiblemente una existencia humana, y para conectarla a sus semejantes con más fuerza que una red social.