Es lo que tiene internet. Vas a buscar la receta del caldo de millo y acabas en la batalla de Stalingrado. Y es lo que me acaba de pasar: iba buscando algo hasta que en el desvío constante me topé con la historia de los niños perdidos hace veinticinco años en la Cueva del Pim Pam.

La Cueva del Pim Pam -su nombre produce terror de feria- es una galería natural bajo Las Palmas con numerosas ramificaciones y con una entrada en el entorno de lo que hasta hace poco era el barrio de El Polvorín. Por ella se adentraron cinco niños hace un cuarto de siglo, según contaba aquella buena periodista que fue Dolores Campos Herrero en la noticia que publicó entonces en El País y que acabo de leer en la red. Cinco niños que ya no pudieron salir por sí mismos.

Exprimo mi memoria para averiguar qué perseguía yo en la red hasta hace un instante pero en mi cabeza sólo retumba esta historia. Por lo visto era sábado y los pequeños penetraron en la cueva con dos velas. Así anduvieron hasta que las llamas se extinguieron y al querer volver no dieron con el exterior. Entretanto, afuera, alguien se percató de que no regresaban y cundió la alarma. Protección Civil rastreó infructuosamente la caverna y en la desesperación alguien avisó a una vidente.

¡Una vidente! Me acuerdo del tedio que me producía por entonces la Facultad y también de que me gustaba ver por la tele La bola de cristal, el programa infantil favorito de los adultos, pero esto no lo recuerdo en absoluto.

Y sin embargo, ahora es como si estuviera siguiéndolo en directo, como si viera a la adivina, asistida por espeleólogos aficionados, con su péndulo y su baraja de tarot. La imaginación es tan puñetera como la memoria, y no siempre es fácil saber dónde empieza la una y donde acaba la otra. De modo que por un momento siento que es madrugada, que es martes, que estoy como ahora en Las Palmas pero hace veinticinco años y que recibo descolocado la noticia, que efectivamente sucedió, de que la vidente y los espeleólogos aficionados han encontrado sanos y salvos a los niños.

Y mientras mi mente se halla en aquel tiempo, aquí sigo perdido en el hiperespacio. Y doy vueltas y vueltas en él pero sigo sin acordarme qué demonios vine a buscar.