Y onatan Lorenzo es un indígena de Tazacorte que a través de la página Change.org ha logrado reunir 736 firmas, según un recuento a las 17.23 horas de ayer, para convencer al Mencey de que cuando vaya de Moya a Mogán, o de La Graciosa al Golfo, no esté cogiendo el helicóptero de Salvamento y Emergencias. Al fin y al cabo en esta situación de emergencia que vive Canarias no hay salvamento a la vista.

Expone Yonatan Lorenzo que el viaje en este versátil medio de transporte, que lo mismo te aterriza en un alpendre que en el epicentro de un goro, se sale de presupuesto: sólo darle chispa al rotor cuesta 3.000 euros, más lo que se tarde en volver a bajar, y que en fin, que en las islas se vive muy malamente con un 30 por ciento de paro para encima sobrevolarnos con turbina y cachondeo.

Ignorito qué mecanismo neurológico lleva a los altos cargos a usar artilugios para ir y venir que resultan insólitos para el resto de la población. Se diría que en la ambición que lleva a un macho alfa a alcanzar su meta política nace después de caerle el prospecto de un jet a reacción o una berlina con posavasos y tapizado de macramé, porque nunca se vio a un presidente, siquiera de la asociación de bola canaria, que haya elegido para sus desplazamientos un primitivo, económico y ancestral carretón de verguilla.

Luego algo hay, porque la ubicuidad exactamente no lo explica todo. Es cierto que en el pasado existía un problema bien gordo para los líderes. A Salomón, rey de Israel, el cargo le acarreaba el entretenido deber de alegrar a 700 esposas y unas 300 concubinas, en números redondos. Y no iba en helicóptero sino con unos medios algo más precarios. En vez de tener que saltar entre Firgas y Taganana, lo que hacía este hombre era quedar en un punto equidistante. Quizá Agaete. A esa solución salomónica se le llama hoy organización.

Para más inri estos divertimentos, precursores de lo que luego ha venido a denominarse como erótica del poder, han caído en total desuso, por lo que queda mucho más tiempo para acercarse a facturación y embarcarse en un avión de línea regular e, incluso, viajar en falúa. Si a eso se añade que el helicóptero despeina, y que con esta segunda opción te ofrecen una chocolatina de regalo, los beneficios son incontestables.