Tras demostrar que su sola palabra mueve montañas, mercados y primas de riesgo, el presidente del BCE, Mario Draghi, se ha lanzado a ensayar analogías sobre el futuro de la moneda única europea. Compara Draghi al euro con la misteriosa conducta del abejorro: ese insecto de aspecto pesado, gordo, peludo y de alas minúsculas que no debería volar según los principios de la aerodinámica; y sin embargo, lo hace.

Tampoco el euro ofrecía garantías de despegue y, como bien advierte Draghi, llevaba ya unos cuantos años volando de maravilla hasta que la crisis de deuda lo ha puesto en riesgo de capotar. Para evitar su caída, el jefe de las finanzas europeas propone un rediseño de la moneda que convierta en airosa abeja al abejorro.

Draghi goza fama en Francfort de ser el más alemán de los italianos: circunstancia que acaso explique la combinación de mentalidad teutona y fantasía latina que subyace en su metáfora de los insectos. Las abejas, a diferencia de los abejorros, gozan de una excelente reputación. Tienen fama de trabajadoras, organizadas e industriosas; cualidades todas ellas que no por casualidad suelen identificarse como virtudes específicamente alemanas. Cierto es que también existen entre ellas los zánganos, pero eso no hace sino añadir carga simbólica a la metáfora de Draghi sobre la situación de una Eurozona en la que conviven abejas y abejorros bajo el mismo paraguas monetario.

Economistas del fuste de Milton Friedman definieron hace ya quince años el pecado original del euro al que ahora parece aludir por vía metafórica el mismísimo presidente del Banco Central Europeo. Sostenía Friedman que una moneda única es algo así como una quimera cuando se aplica a un grupo de Estados soberanos en los que se hablan distintos idiomas, existen fuertes diferencias fiscales y los ciudadanos sienten un vínculo mucho mayor con su país que con el mercado común o la idea -más bien abstracta- de Europa.

Si a eso se añaden las disparidades de sueldos, precios y regulaciones laborales en el territorio de Eurolandia, el futuro del euro todavía no nacido era más bien oscuro, a juicio de Friedman. Proféticamente, el Nobel de la Universidad de Chicago consideraba mucho más factible una unidad monetaria restringida a Alemania, Austria y los Países Bajos como la que ahora se ha llegado a promover desde las naciones del núcleo duro del euro.

La única vía de salida que Friedman concedía a una sola moneda para 17 países distintos era la unión política de Europa, idea en la que al parecer coincide Draghi por más que la exprese con la extraña metáfora de la abeja y el abejorro. Lo que el jefe del BCE está sugiriendo, en efecto, es que se aborde de una buena vez la unión fiscal y bancaria del continente como preludio a una mayor unidad política de los Estados de la UE (o, cuando menos, de los que conforman el euro). Se acercaría así a la realidad el viejo sueño de Schumann, Adenauer, Spaak, De Gasperi y demás padres fundadores de la Europa unida, aunque el desencadenante de esa unidad sea, paradójicamente, la crisis que amenaza su existencia.

Ya que nos ha hecho el favor de bajar con una sola frase la prima de riesgo de España, justo será atender ahora a las propuestas de Draghi. Otra cosa es pasar de la metáfora a los hechos, naturalmente. Y sin pasar por alto a Merkel, que no está muy por la labor.