Lo grave del ministro José Ignacio Wert, de Educación, Cultura y Deportes, no es su perreta por haber perdido dos causas, por ahora, en el Tribunal Supremo: lo que añade soberbia a su irresponsabilidad es su reacción: cambiar las leyes para darle la vuelta a la sentencia del alto tribunal. Esfuerzo estéril que le conducirá a la melancolía, porque así como no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante, en cuanto el PP pierda las elecciones -lo cual es tan cierto que ocurrirá como la ley de la gravedad- el gobierno que sustituya a esta derecha repondrá la cordura constitucional.

Menudo guineo se trae la rama más carca del Partido Popular con la segregación sexual en los colegios. Los niños con los niños y las niñas con las niñas, y luego se quejan de las cabalgatas del Orgullo Gay. Van contracorriente, con un pintoresco ministro encabezando la marcha del catolicismo integrista, que de tan pintoresco que se afana en ser, y tan echado 'p'alante', cada día es más incongruente y patético. ¿Liberal quien quiere ser más papista que el Papa y defiende con dinero público posiciones arcaicas que ni los propios religiosos sostienen ya, excepto el Opus Dei, que es lo que es?

El detonante ha sido que los jueces del TS han dado la razón a los gobiernos de Andalucía y Cantabria considerando que se ajusta a la Constitución negar las subvenciones a los colegios que separen a los alumnos y a las alumnas, algo que en su día encabritó a esa parte del PP que se ha especializado en darse de cabeza contra toda pared que vean, aunque no esté en medio del camino. Contra esa negativa, se sostuvo que se trataba de una intolerable imposición que coartaba la libertad de enseñanza y el papel de los padres. Que es lo mismo que sostener que una señal de dirección prohibida en una calle coarta la libertad de circulación que rige en la Unión Europea.

A estas alturas, lo que pudo en otros tiempos desatar una guerra de religión se ha convertido en una estupidez. Todas las órdenes religiosas tradicionales en el mundo de la educación, los centros católicos que se han encargado de educar a las nuevas generaciones desde que fueron creadas, algunas con siglos de experiencia, han aceptado las obligaciones de igualdad impuestas por la Constitución; y las inevitables contrapartidas a la concertación con el Estado y las Autonomías. Internet nos ofrece muchas imágenes de las visitas de los colegios a los periódicos: en todas las fotos puede verse el resultado de la coeducación: chicos y chicas mezclados y coleguillas posando ante la cámara.

Todos ofrecen el mismo modelo mixto. No debe ser anatema ni origen de tentaciones, vicios y pecados con pasaporte al infierno las aulas conjuntas si jesuitas, claretianos, salesianos, dominicas, teresianas... la asumen y aplican. Si hubieran observado una desviación en la conducta de sus alumnos, sin duda alguna habrían dado la voz de alarma. Pero, muy al contrario, es probable que lo que hayan comprobado es que este modelo sí es una vacuna contra ciertas desviaciones derivadas de la represión sexual. Al final, todos los integristas tienen un punto de encuentro en sus obsesiones: los católicos preconciliares y los islamistas coinciden en las escuelas separadas en función de si el alumnado es masculino o femenino.

Eso del "y si me conviene cambio la ley" está siendo peligrosamente frecuente en estos tiempos de trampa y cartón. En Galicia, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, que parecía tan modoso, se ha empeñado en llevar adelante un pucherazo de emergencia como la copa de un pino (gallego) al reformar a las bravas y en solitario la ley electoral, para aliviar el más que previsible descenso electoral. Con la disculpa del ahorro, quiere reducir diez diputados en el Parlamento... una operación económicamente irrelevante pero que dará más valor al voto en las provincias de Lugo y Orense, donde el PP cuenta con una implantación superior gracias a sus barones-caciques, en detrimento de A Coruña y Pontevedra, que por ser más urbanas tienen un fuerte segmento electoral socialista y nacionalista.

No escuchan el 'tremor' de la lava en ebullición, subiendo desde las profundidades.