La prematura muerte de Gregorio Peces Barba me ha dejado consternado. Se marcha un referente universitario, diría casi, más propiamente, una forma de hacer universidad de altura mayor. Deja un legado importante y variado, pero creo que, sin miedo a equivocarme, el mayor es la Universidad Carlos III de Madrid. Cualquiera que haya vivido los primeros años de 'la Carlos' sabe de lo que hablo porque Gregorio puso toda su energía, que era mucha, en la Universidad y, de alguna forma, Gregorio era la Carlos y la Carlos era Gregorio. No exagero si afirmo que la Universidad Carlos III debe casi todo a Gregorio.

Gestó y desarrolló con la ayuda de otros Profesores, como Luis Aguiar de Luque y Luciano Parejo, que le acompañaron en las responsabilidades de los primeros años, uno de los mejores centros de educación superior de España.

Se percibía desde el primer instante, su humanidad y su profunda vocación universitaria e intelectual. Ante todo fue un gran universitario. Llegaba temprano y tomaba todos los días el primer café, en la barra de la cafetería de la Universidad, acompañado de los profesores de su Área de Filosofía del Derecho. Si llegabas a esa hora, siempre saludaba afable y te rogaba que te incorporaras al grupo. Conocía personalmente a todos los profesionales de la Universidad. Para todos, especialmente para los becarios de investigación y los profesores ayudantes que preparaban sus tesis doctorales, siempre tenía palabras de optimismo y de ánimo. Era progresista en las ideas pero conservador en las formas. No le gustaba, por ejemplo, que los docentes universitarios vistieran al modo de los estudiantes. Evidentemente, los temas de primera hora de la mañana no eran normalmente profundos pero nunca eludía los asuntos políticos candentes y comprometidos.

En una época en la que estuve viviendo en la Fernando de los Ríos (Residencia de la Universidad Carlos III), probablemente por vivir más sumergido en el campus, como le ocurría también a mi amigo y compañero en aquellos años Elviro Aranda, fui invitado desde el Rectorado a actos entre los que recuerdo, muy vivamente, las cenas con figuras históricas de la transición. Me impresionaba que hasta en las tertulias de sobremesa tuviera un guión trazado y siempre con valor pedagógico.

Recuerdo muy bien la última vez que nos vimos en la Universidad Menéndez Pelayo, en Santander, hace ya algunos años. Yo llegaba desde Gran Canaria y al entrar en las antiguas caballerizas, Residencia de la Menéndez Pelayo, oí que desde una mesa en el jardín, con más de una docena de contertulios, alguien se levantaba y me llamaba para que dejara las cosas en la habitación y bajara a unirme a ellos. Era Gregorio, puro en mano, en un contexto en el que podía pasar de Helvetius a Locke y de éste al juego del Real Madrid con igual determinación en los argumentos.

Hombre sensible, muy culto, con un sentido profundo de la lealtad y de convicciones fuertes y honestas. Frecuentó en su juventud ámbitos demócrata cristianos de izquierda muy influido por el pensamiento de Maritain. Siempre fue leal a su maestro Ruiz Jiménez de quien consiguió que legara parte de su gran biblioteca a la Universidad Carlos III.

Mucho se podría escribir de su papel en el periodo constituyente y del cual se han hecho eco los medios de comunicación con un brillante resumen. Yo, simplemente, he querido dejar un humilde y fugaz apunte de la persona y su legado. La muerte de Gregorio Peces Barba es una pérdida irreparable para la universidad española, la Universidad Carlos III y sobre todo para los que tuvimos la suerte de conocerlo.

(*) Doctor en Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid. Profesor Titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria