Entre tantas sandeces destacadas en los medios descubrimos de pronto un incidente que podría haberse convertido en el suceso por excelencia de agosto. No ha ocurrido así porque apenas ha sido considerado un motivo informativo. La noticia la subió un compañero a la página de lectores de Enrique Vila-Matas en facebook, aludiendo al carácter vilamatiano de la historia. No se equivocó.

Ocurrió en Islandia. Un grupo de turistas viajaba en autobús con objeto de inspeccionar un cañón volcánico en Eldegjá. A la hora de emprender a pie la aventura, una joven decidió renunciar a la visita y permanecer en el interior del vehículo. Los excursionistas regresaron, subieron al autobús y el conductor, desconocedor de la decisión de la joven, advirtió en su recuento que faltaba una persona.

Dio aviso a la policía y lo divertido del caso es que la joven participó, junto a socorristas, agentes y su grupo, en las labores de buscarse a sí misma. Fue después de más de un largo día cuando cayó en la cuenta de que la supuesta desaparecida era ella. Solo se sabe de la anécdota que la joven se había cambiado de ropa en el autocar. Ni el grupo la identificó ni tampoco ella se reconoció en la detallada descripción de la desaparecida.

No me parece extraño si pensamos en el viaje como un modo de experimentar que no somos nadie. Desconocida entre desconocidos, lejos de casa y habiendo roto vínculos y traspasado fronteras, la joven pudo percatarse de la precariedad del mundo y de la propia identidad. Es lo que suele ocurrir en los viajes que emprenden también los personajes de la obra de Vila-Matas. Se lanzan hacia delante, continuamente avanzando y perdiéndose, y cambian de identidad en lugar de reafirmarla.

Concebido así el viaje, metáfora del transcurso de la vida, no parece inconcebible que la joven viajera participara en la búsqueda de la desaparecida sin apercibirse de que esta era ella. Tal vez entonces, cuando se dio cuenta, se reencontrara a sí misma pero ya siendo otra.