Desde que tenemos uso de razón, la violencia es una constante en nuestras vidas que sufrimos de forma directa o indirectamente. Sabemos a grandes rasgos, lo que es y sus diversas manifestaciones, tanto físicas como psicológicas. Pero en el fondo, su definición resulta compleja porque sus matizaciones dependen del punto de vista desde el que se considere, llegando incluso en ocasiones, a estar subordinado a criterios subjetivos de tal manera que se definen diversos estándares en cuanto a las formas de violencia, aceptadas o no socialmente y que no siempre son sancionadas por la ley ni por los medios. Un ejemplo de ello, es el caso de Sánchez Gordillo y miembros del SAT, cuando entraron en un supermercado y llenaron varios carros de alimentos de primera necesidad para entregarlos a familias sin recursos, produciéndose un empujón a una cajera que les cerraba el paso. El reproche fue elevado a la categoría de violencia de género por la Defensora del Pueblo, y obligó a pronunciarse a dos ministros calificando el hecho de robo con violencia. Sin embargo, el manotazo del Rey a su chófer por considerar errónea una maniobra de este último, es tratado como gesto campechano del monarca. Lo mismo que cazar elefantes en Botswana. Acaso tampoco merece la consideración de violenta la legislación que ampara el despojo a los ciudadanos de sus derechos fundamentales (a la vivienda, a un trabajo, a la salud y educación públicas, en definitiva a una existencia digna), más si cabe cuando se favorece con ello especuladores con bolsillos sin alma, culpables de la debacle financiera del país.

La subida de impuestos que encarecen productos de primera necesidad y la reducción de los salarios, arroja a muchas familias a la miseria, y ésta no es considerada violencia en los ámbitos mediáticos. Tampoco el hecho de que muchos niños tengan como única comida la del centro escolar, o el tupper casero, penalizado con pagos diarios. Quizás alguien pueda ahorrarnos la vergüenza de escuchar la clasificación de la violencia en justa, injusta, legítima e ilegítima, pretendiendo justificar tanto despropósito. Porque incluso la tipificada en las normas es interpretada a conveniencia.