País de sorpresas, contrastes y paradojas. Me refiero a eso que llaman España, el invento de Isabel y Fernando que ha llegado hasta nuestros días. Los días de Rajoy, Montoro, Guindos, Mayor Oreja, Cospedal y Esperanza Aguirre. Los días en que un sospechoso estadounidense nos va a montar un casino. Los días en que el Poder se enfrasca con entusiasmo en desmontar derechos educativos, sociales y sanitarios de los que no tienen, de todos. Los días en que TVE ha decidido volver a retransmitir ese espectáculo sangriento que algunos llaman fiesta nacional: ya sé que a los escritores del 27 les sirvió para crear belleza poética, de la misma forma que Machado le escribió un elogioso poema a Líster, comunista asesino de anarquistas. Nadie es perfecto. Los días en los que se le otorga el premio Príncipe de Asturias de los deportes a Íker Casillas y a Xavi Hernández, que han triunfado como nadie jugando al fútbol, ese deporte que se caracteriza, como casi todos los deportes, por el alto índice intelectual y cultural de sus aficionados.

De todos los premios -todos los premios, el premio, ¡queremos tanto a Cortázar!- se escriben maravillosas crónicas, a favor y en contra. De este, no pienso leer ninguna porque me las imagino demasiado. Sólo me quedo con la coincidencia: rescate catódico público de la tradición taurina, reconocimiento máximo de dos futbolistas, un madrileño y un catalán. Como preguntaba el cabrero perdido en las montañas, en aquel maravilloso anuncio de un 4x4: "y Franco ¿qué dice de esto?" o algo parecido. Franco estaría encantado. Es como una de aquellas demostraciones sindicales de los coros y danzas de las Españas en el Bernabéu, cada primero de mayo, pero en versión digital. Pan y circo, de lo primero cada vez menos, de lo segundo, hasta el hartazgo. Si Casillas y Xavi tuvieran sentido del humor, seguro que les sobra, le cederían el premio a Cristiano Ronaldo, que está muy triste con su ficha de diez millones de euros al año, contratos publicitarios aparte.