Lo conocí en tiempos juveniles, intentaba hacerse editor y yo quería publicar una novela corta que estuvo a punto de ganar el premio Sésamo, Madrid, 1970, pero que la censura rechazó de plano. Manuel era torrencial, vital, en tiempos de la izquierda, muchos de los amigos militaban en las Juventudes Comunistas, en mis tiempos laguneros me propusieron adherirme pero me entró el pánico. "¿Para qué sirve que te conozcan fuera si solo iban a leerte los cuatro ilustrados de Zaragoza o Albacete? ¿No te das cuenta que la literatura es algo muy minoritario?" Uno era veinteañero indocumentado, y él era un poeta social pero también intimista. No se publicó mi novela corta, que fue base de partida de Ulrike tiene una cita a las 8, esta sí salió en Akal Editor, Madrid, y ganó el Pérez Galdós en 1976. Manuel González Barrera con Alfonso O'Shanahan, Alberto Pizarro y unos cuantos más, formaba el reemplazo natural a los grandes poetas sociales de Gran Canaria: Pedro Lezcano, Agustín Millares Sall. Luego la vida lo llevó a Lanzarote, como encargado principal de la Pepsi Cola. Con alguna chanza le dije que parecía mentira: un hombre de su ideología extendiendo el capitalismo. Como uno era idiota, no quería reconocer que todos éramos propagadores del establishment, casi agentes camuflados de la CIA. En fin, ha muerto calladamente. Fue amigo de Félix Hormiga y Gorgonio Martín Muñoz, con los que fundó una pequeña y valiosa editorial, Cíclope. Me gusta recordar uno de sus primeros textos, de 1966: "Se nos acaba de morir un hombre, / es necesario recordar su infancia; / volver a los umbrales de la risa / donde es la muerte tan lejana. / Su vida fue sencilla, / como el brotar del trigo la mañana. / La tristeza afloraba entre sus ojos / presagiando el final de la mirada". Se consideraba marcado por el Cantar de los Cantares, prodigioso libro de la Biblia atribuido al rey Salomón. También adoraba a César Vallejo. No hemos honrado a las generaciones poéticas de los 60, recitales casi clandestinos en El Museo Canario o el Paraninfo de La Laguna, aquellas veces que corrimos delante de los grises, la mili de represaliados. Manolo era buena gente y Pedro Lezcano siempre me dijo que Canarias no podía alimentar a sus poetas, pero al menos podría amarlos. Descanse en paz.