Una de las cosas que no deben olvidar los empresarios dedicados al público general -interclasista, interétnico, interreligioso...- es que sus clientes representan el abanico social de clases, razas, ideologías, religiones, etc, de la vida que nos rodea. No hablamos de los que fabrican o distribuyen productos para las élites, las marcas de lujo, la cultura de la apariencia, la gama alta de la moda y el glamour de los pijos. Quien depende de una clientela normal, de los trabajadores y la clase media o media-alta, no debe descuidar el respeto a las convicciones y creencias de los usuarios de sus productos. Por ejemplo, la franqueza con que el dueño de Mercadona decía que los trabajadores españoles tenían que trabajar como chinos, y que había mucho gandul, ofendió a sus trabajadores y a miles de sus clientes. Fue un patinazo en toda regla. Lo mismo que patinan los altos cargos de la CEOE, que ven la paja en la Administración, y en los sindicatos, y en los partidos no serviles, y no ven la viga en sus soberbias y en muchas de sus actuaciones.

Aparte de la mala administración y de la codicia desenfrenada de algunos endiosados, episodios como el de Díaz Ferrán y su proselitismo aguirrista contribuyeron a arruinar sus negocios. La fidelidad comercial hay que trabajarla sin descanso. Si un comprador se considera insultado por determinadas declaraciones, animadversiones o amancebamientos de un empresario, es posible que comience a transferir su molestia, o su animadversión, a su marca, disminuyendo la actividad de la caja registradora. Con la oferta actual del mercado, los cambios ya no son traumáticos para el cliente, que no lo es de por vida.

La militancia política, si queda en el ámbito de lo personal, no tiene riesgos de reacciones imprevistas; pero en cuanto esa afiliación tome forma de amiguismo y confrontación, se entra en zona de peligro. Así como un consumidor de derechas puede rechazar el producto de un industrial caracterizadamente de izquierdas, un consumidor de izquierdas puede hacer lo mismo con un industrial de derechas si confunde los planos en que se mueven la política y la economía. Por no hablar de la posibilidad de represalias políticas en un país en el que la corrupción no tiene definidos aún sus límites y con frecuencia encuentra un limbo judicial de diseño.

Es evidente que las organizaciones patronales están tradicionalmente escoradas hacia la derecha; pero eso no debe suponer que se forme un frente patronal contra los gobiernos progresistas, y que se utilice de forma destemplada la ley del embudo: que se comprendan y disculpen unas políticas si son aplicadas por la derecha, pero que las mismas exactamente reciban el boicot y la descalificación si son aplicadas por gobiernos de izquierda. Esta diferencia de trato es percibida por la gente, aunque parezca que no, y las consecuencias, que al principio pueden ser solamente de índole pasiva, el cabreo en la tertulia, la coña, pueden deslizarse hacia la respuesta activa en forma de pues adiós muy buenas. Durante 20 años, Canarias ha estado cogobernada por los nacionalistas y la derecha, por CC y el PP, salvo cortos periodos -y esta legislatura- en que ambos decidieron marcar diferencias circunstanciales para despistar o engañar al electorado y hacerle creer que a pesar de las apariencias había diferencias insalvables entre los socios.

Las nefastas políticas que han terminado por prostituir las reglas del juego fueron posibles entre otras razones por la apatía de un grupo influyente de empresarios que consideró apropiado el fonil cuando ellos disfrutaban del lado ancho. "Hoy por ti, mañana por mí", fue como una resignación ante lo inevitable. "Hoy por mí, y mañana ya veremos", era el modo de negocio de los más chanchulleros y desvergonzados. No todos han reaccionado igual, claro; hay empresarios que han prosperado tratando a todos los poderes con el mismo prisma y que no han escatimado el contencioso cuando se han sentido agraviados. Pero la crisis desata los nervios por la supervivencia, y suele olvidarse que la pérdida de la equidistancia es un riesgo. Pan para hoy, y hambre, o dieta, para mañana.