El periodista y político Santiago Carrillo se subió a mi coche y ocupó el asiento que está al lado del conductor. "No me trates de señor Carrillo. Llámame Santiago. ¿Se olvidó Fraga de ti? Veo que no se te ha caído el pelo". Su fina ironía y su gran memoria nos sitúo a los dos en los albores de 1976, tres meses antes de que Adolfo Suárez legalizara al PCE. Antes de que se produjera aquel hito histórico, el entonces líder de la incipiente Alianza Popular había venido a Las Palmas a dar un mitin en el Gabinete Literario ante una audiencia de clase burguesa y de nostálgicos de Franco. Yo trabajaba como redactor en Radio Nacional de España (RNE). Al finalizar su conferencia-mitin, Manuel Fraga me concedió una entrevista que provocó la ira del líder de AP cuando le pregunté: Señor Fraga, ¿si usted llega a ser presidente del Gobierno estaría dispuesto a legalizar al PCE de Santiago Carrillo? Enfurecido, dando un golpe sobre una pequeña mesa cuya lámpara cayó al suelo, el que fuera ministro de Información y Turismo y titular del Ministerio de la Gobernación, respondió: "Al Partido Comunista y a Carrillo no los quiero ver ni en la sopa. Y a usted, si yo vuelvo a ser ministro o presidente del Gobierno, se le va a caer el pelo". Las paredes temblaron. "Abra la tapa del magnetófono y párelo. Rebobine y ponga la cinta al principio. Ahora, borre la conversación", me ordenó un Fraga sudoroso y enérgico al que se le salían los ojos. El incidente acabó con dos meses de suspensión de empleo y sueldo en RNE.

¿Quién le contó a Carrillo aquel incidente con Fraga? Nunca lo supe. Lo que sí es cierto es que, como buen periodista, Carrillo sabía más de mí que yo de él. Cuando lo conocí en persona fue con motivo de la grabación del programa Debate que se emitía todos los miércoles en TVE en Canarias y que yo tuve el honor de presentar y dirigir. Hicimos las gestiones para invitar a Carrillo a través del que fuera coordinador del Partido de los Trabajadores de España (PTE), Eduardo González, y de Salvador García Carrillo, miembro del PSC. El exsecretario del PCE aceptó encantado la invitación de TVE, pero solo puso una condición: "Si son tan amables, me van a recoger en un taxi al aeropuerto y eviten comunicarlo a las autoridades. Sin escoltas me siento más libre". Me ofrecí para ir a recoger a Santiago. Descendió del avión acompañado de una diminuta maleta de color negro. Me impresionó verme cara a cara con un líder político histórico que me impactó por su naturalidad y sencillez. Con educación me preguntó: ¿Me das permiso para fumar en tu coche? Pero si estás fumando un pitillo, le dije a aquel hombre que ya se había fumado una caja de tabaco. Sacaba los cigarrillos de uno de los bolsillos de su chaqueta color azul a rayas. La misma americana media desgastada que llevaba a todas partes porque "yo colecciono libros y periódicos y no me atraen las corbatas".

Durante el trayecto hacia la capital grancanaria, Santiago nos preguntó por el que fuera exsecretario general del PCE en Canarias, José Carlos Mauricio. "Es una pena que José Carlos se haya convertido en un travesti de la política", sentenció un Carrillo el que, en su voz, en su expresión, se le notaba una gran decepción por el que fuera uno de sus delfines. Se interesó también por saber cuál era la situación en el Sahara y si ya se habían apagado los cánticos del MPAIAC de Antonio Cubillo. "Recuerdo al diputado canario Fernando Sagaseta siempre preocupado por la OTAN. Sagaseta es uno de los políticos más honrados que he conocido", resaltó Carrillo del que fuera uno de los paladines del Movimiento Canarias Libre y diputado nacional de Unión del Pueblo Canario (UPC).

Una vez instalado en el hotel Santa Catalina, le recordé a Carrillo que teníamos una cena con Eduardo González y Salvador García Carrillo sobre las 22.00 horas. Eran las siete de la tarde. El líder del PCE me preguntó: ¿Tienes algún compromiso? No, le respondí. ¿Me das tu permiso para saludar a tu familia? Confieso aquí que se me saltaron las lágrimas como me está ocurriendo en el momento en que escribo. Fue emocionante el verme en mi coche en dirección a mi casa acompañado por un hombre que ya había entrado en la Historia y que me había confesado que, "a veces, la política es una simulación. No todos esos que dicen estar al servicio del Pueblo están en política por cuestiones éticas". No me dio tiempo de llamar a mi esposa. Cuando llegamos a casa, Mary Carmen quedó impresionada al verse ante un Carrillo al que su padre, Ricardo Suárez Reyes, viejo comunista que escapó de no ser lanzado por la sima de Jinámar por las Brigadas del Amanecer, tanto admiraba. Una vez más, pidió permiso para fumar. Nos tomamos dos whiskis secos. Departimos con él por espacio de casi tres horas para, a continuación, trasladarnos al restaurante La Casita. Allí nos esperaban Eduardo y Salvador. Sorprendimos a Carrillo con un pescado del que a él le habían hablado: la vieja canaria. Nos atendió Nicolás. Antes de comenzar a cenar, toda la gente que llenaba el restaurante se quedó alucinada cuando detectaron la presencia de Santiago Carrillo. Tal es así que se organizó una cola para solicitar autógrafos y saludar al líder del PCE. Algunas personas le decían a Carrillo: "Yo soy de derechas y de Franco, pero usted es un gran político honrado. Deme la mano, don Santiago". No faltaron los aplausos dedicados a un Carrillo agradecido y humilde.

Al día siguiente, se grabó el Debate organizado por TVE. Cuando volví a preguntarle ante las cámaras por Mauricio, me volvió a responder: "A Mauricio no le gustaba mucho trabajar. Hoy, es vergonzoso verlo actuar como un travesti de la política". Tristán Pimienta, por aquel entonces subdirector de La Provincia, le preguntó: ¿Usted cree que Mauricio será beatificado? Carrillo, con su más que conocida socarronería, le respondió: "Y de repente, antes, lo hacen Papa" (risas). Aquella noche, Carrillo pernoctó en el hotel Santa Catalina. Sería muy largo y extenso contar todo lo que hablamos él y yo a solas hasta pasadas las cuatro de la madrugada. Parte de la conversación estuvo centrada en el Rey Juan Carlos. Lo fui a recoger a las diez de la mañana para llevarlo al aeropuerto. Me acompañó mi esposa. Él me había comentado que, cuando estuvo en Moscú, el expresidente de la antigua URSS, Leonidas Breznev, desayunaba papaya con zumo de naranja que le enviaban desde Sudamérica porque era muy buena para el estómago. Se lo comenté a Mary Carmen. Fue muy temprano al Mercado Central y compró papayas, aguacates y mangas.

Cuando nos fuimos a despedir, le dimos la sorpresa y Carrillo nos abrazó como si fuéramos su familia. "Esta fruta es el comienzo de una larga y sincera amistad", nos dijo Santiago, que se fue como vino: con una maleta llena de dignidad y coherencia.