El modelo productivo de un sector turístico teledirigido en exclusiva por las apetencias urbanísticas debería quedar desterrado. Ya lo ha advertido el Príncipe de Asturias, Don Felipe de Borbón, quien ha animado a apostar por el turismo como un sector que contribuye, y mucho, a engrasar el motor económico de España pero que a la vez debe ser respetuoso con la preservación del medio ambiente. Un llamamiento que hizo el Príncipe el jueves durante la celebración del Día Mundial del Turismo, un foro internacional del sector celebrado en Gran Canaria, que ha puesto de relieve el carácter geopolítico y económico que tiene la explotación turística de un territorio como el canario. El éxito o el declive de una determinada oferta depende ahora, más que nunca, de numerosos factores, algunos de ellos internos, como es la seguridad ciudadana, la atención sanitaria o las infraestructuras, y otros de carácter externo como los conflictos bélicos, las conexiones internaciones o la situación de la economía privada de los países emisores. Articular un proyecto turístico para el siglo XXI en Canarias no pasa solo por depositar todas las esperanzas en la bondad climática, ni tampoco en la atracción irresistible ante un hotel de cinco estrellas gran lujo. Ambas peculiaridades son comunes a otros destinos.

El boom turístico durante la década de los años sesenta y setenta, con un proceso indiscriminado de urbanización, ha dejado tras de sí una herencia envenenada, una propuesta agotada cuya renovación se hace cuesta arriba en un periodo de recesión económica. Este obstáculo no debe ser, sin embargo, óbice para que el Gobierno de Canarias, el ministro de Industria y Turismo y los ayuntamientos afectados se apliquen con denuedo y flexibilidad en encontrar soluciones imaginativas para modificar o demoler apartamentos y hoteles obsoletos. El futuro no puede ser que una planta alojativa residual, con graves deficiencias y dedicada a satisfacer la demanda de residencia de los trabajadores del sector turístico de la zona conviva con una oferta moderna, de arquitectura singular, profesionalizada y con una gestión energética innovadora.

Nada hay de extraño que el Día Mundial del Turismo tuviese como lugar de cita Maspalomas, pues es este enclave, junto al de Meloneras, donde se concentran los afanes de la industria turística por superar los lastres del pasado. Allí comenzó hace 50 años la eclosión del sector, con un promotor privado y unos técnicos que se conjuraron para hacer un desarrollo controlable, una aspiración que finalmente frustró la especulación. Pero no hay que caer en el tremendismo. Es indiscutible la existencia de alteraciones y aberraciones paisajísticas que van desde San Agustín a Mogán, pero aún están ahí las dunas o todavía son más los puntos desde los que se puede ver el horizonte que los tapiados por un edificio. Estas condiciones excepcionales deben ser sostenidas, defendidas y argumentadas frente al proyecto irrespetuoso, pero nunca con extremismos utópicos ni con legislaciones que, paradójicamente, frenan la modernización. Las normativas deben dar respuesta a las novedades de las demandas del mercado, a las exigencias de los clientes y de los operadores. El criterio de excelencia de los proyectos debe imponerse frente a los que aprovechan la crisis para, a remolque de la desesperación general, vender quimeras que en algunos casos alcanzan el estadio de hechos irreversibles.

La permanencia en la embarcación de la nostalgia, de la foto en blanco y negro, resulta ser una solución poco eficiente para la carrera vertiginosa del turismo. Interesa el futuro, en especial cómo va Gran Canaria a sostener la bonanza de su aceptación como destino. Hace unas semanas el Cabildo insular dio a conocer un informe donde se daba cuenta de la falta de movilidad de los turistas, que apenas salían de sus hoteles para ir a la playa. Este diagnóstico refleja mejor que ningún otro la falta de estímulos para que los visitantes conozcan otros entornos, o bien aprovechen para hacer un desplazamiento a una isla vecina. A estas alturas no estaría de más preguntarse en qué se ha empleado el dinero de las campañas. Playa y sol, por desgracia, son alicientes que forman parte de los competidores más feroces de Canarias en la captación de turistas y la tendencia conocida como todo incluido se ha convertido en el muro insalvable del empresariado de la restauración o del ocio. Sin embargo ¿alguna vez se ha planteado en serio este empresariado no ir contra este tipo de modalidad turística sino buscar fórmulas de gestión combinadas, con atractivos suficientes y equilibradas desde el punto de vista económico? Quizás sea un problema de creatividad.

Otro asunto básico de la fortaleza turística de la Isla es la cualificación de sus trabajadores, tanto en Formación Profesional como en investigación. La aparición de esa gallina de los huevos de oro que fue para las Islas el turismo provocó, en su momento, un trasvase migratorio del campo a las modernas urbanizaciones, donde los nuevos trabajadores del incipiente sector turístico se hacían cargo de las recepciones, la jardinería, la cocina o la dirección de un establecimiento sin conocimientos adecuados, con un aprendizaje improvisado de los idiomas. La situación no sigue siendo la misma, pero es necesario reconocer que el deterioro progresivo del mercado laboral hace pensar que la evolución no es la deseada.

La celebración del Día Mundial del Turismo en Gran Canaria ha coincidido con los homenajes a César Manrique, muerto justo ahora hace dos décadas. El proyecto turístico del artista lanzaroteño no hace más que recibir parabienes, y el éxito de los enclaves que creó sigue siendo un prodigio para la economía insular. Es impensable que un fenómeno como el suyo vuelva a repetirse, pues la época, el contexto político, son diferentes. Pero ello no evita una reflexión sobre la falta de liderazgo para reconvertir la herencia de los años sesenta y setenta en un provechoso modelo para el siglo XXI. Canarias necesita más que nunca del conocimiento y la investigación para mantener en alza su mercado, sin dormirse en los laureles de las estadísticas. Necesita, además, tener la clarividencia más exacta posible sobre si la creación de muelles deportivos es el camino correcto, si la proliferación de campos de golf puede ser pan para hoy y hambre para mañana o si se debe seguir con la construcción de más hoteles de cinco estrellas. A todo ello sólo se puede responder dando a los estudios vinculados al turismo la dignidad, universitaria y profesional, que se merecen. El reto para no morir de éxito es apasionante, y para ello no caben ni los aficionados ni quienes sólo buscan la máxima rentabilidad económica a cualquier precio sin pensar en el equilibrio social ni en el medioambiental.