El diario estadounidense The New York Times ha publicado un reportaje sobre la nueva pobreza en España que ha soliviantado a nuestra derecha y a los medios afines. Lo que más los ha indignado al parecer ha sido las fotografías que lo acompañaban, en las que se veía, entre otras cosas, a personas buscando qué comer en los cubos de la basura.

Se quejaban esos medios y sus tertulianos de la manipulación de nuestra realidad y el perjuicio que de ese modo se estaba haciendo a la imagen del país en momentos tan críticos como los actuales.

No seré yo quien defienda en este caso al New York Times, la Vieja Dama Gris, como se la apoda cariñosamente en Estados Unidos, un diario, como el conjunto de la prensa norteamericana, idealizado tal vez en demasía. Pero tampoco voy a atacarle. El periodismo, nos guste o no, es muchas veces así.

Algún periódico conservador español ha optado por pagar al New York Times con la misma moneda, pero por supuesto con infinitamente menor repercusión internacional, publicando a su vez fotos de la pobreza en Estados Unidos. Y no hace falta pasarse precisamente por los equivalentes actuales de lo que fue durante décadas la Bowery Street neoyorquina para obtener ese tipo de imágenes.

Los centros de muchas ciudades de aquel país y de tantas zonas deprimidas como en los tiempos de Las Uvas de la Ira, de Steinbeck, ofrecen abundantes oportunidades. Y aquí, al paso que vamos y a juzgar por las colas frente a los comedores de Cáritas y otras organizaciones semejantes, pronto vamos a también a ofrecerlas.

Lo que causa cierto asombro es que muchos no vean, o no quieran ver, la paradoja que supone el que algunos de esos medios que critican hoy al New York Times son los que están defendiendo a machamartillo las recetas neoliberales que, junto a un turbocapitalismo desbocado, aquí como en otras partes, no han dejado de agrandar el foso entre pobres y ricos. Es decir, el modelo de sociedad estadounidense frente al que tanto contribuyó a la prosperidad europea en las pasadas décadas.

Y esos mismos políticos y medios no tienen luego empacho alguno a la hora de tomar la mínima parte por el todo cuando denuncian la violencia de unos pocos alborotadores para desprestigiar a las miles de personas que salen a la calle para expresar su hartazgo con unos políticos de los que consideran que no defiende sus intereses frente a los dictados de Bruselas y de Fráncfort y la voracidad sin límite de los especuladores internacionales.

Las imágenes de un puñado de descerebrados, violentos o simples agentes provocadores atacando con piedras a unos agentes de la policía armados como si estuviesen frente al propio Bin Laden son suficientes para desviar la atención del motivo real de la protesta popular. Y esas imágenes también dan la vuelta al mundo.