Resulta que una bandera catalana en un estadio de fútbol y unos miles de gritos clamando independencia, perjudican gravemente la marca España. Resulta, parece ser, que España ya no existe, que existe una marca. Bueno, algo hemos avanzado: a lo mejor todos los ciudadanos con pasaporte del reino de España nos convertimos en empleados de Inditex, de Coca-Cola, de Apple o de Microsoft. Pero no creo que vayan por ahí las iniciativas de Margallo, el ministro de exteriores del gobierno de España, o el director de identidad corporativa de la marca España.

Todos los nacionalismos, casi todos excluyentes menos el canario (no es apuesta ideológica, es la evidencia de un hecho diferencial incuestionable) se han liado en una guerra metafórica, por ahora, para ver quién la tiene más grande. La bandera, claro.

Hoy, solemne fiesta nacional española, antes día de la hispanidad, antes de la raza, y, siempre, de la virgen del Pilar, se dirán muchas inconveniencias, se hincharán pechos, se interpretarán himnos y se hará algún que otro desplante. Los ombligos se irán a su casa bien alimentados mientras los ciudadanos, esa inmensa mayoría que se manifiesta o que no se manifiesta, seguiremos con nuestros problemas cotidianos que no hay bandera, marca, himno ni independencia que los arregle.

Y después están las encuestas, las que pretenden legitimar un retroceso en el grado de descentralización que ha alcanzado este país, perdón, esta marca a la que llaman España. Sólo un ejemplo que los ciudadanos de Gran Canaria entenderán muy bien: si las competencias sanitarias no hubieran estado en manos del gobierno de Canarias, todavía de forma incipiente, no existiría el "Hospital Doctor Negrín".

En otros territorios también hay casos de similar relevancia, y casos, por supuesto, de ineficacia y de incompetencia, lo cual no invalida el sistema sino a los ineficaces y a los incompetentes. Pues eso, nosotros a lo nuestro, a sufrirlos y padecerlos. ¿Hasta cuándo? Hasta que el cuerpo electoral aguante.