Hay una constante en la historia: bien por tradición oral en las más antiguas culturas, bien en las reflexiones filosóficas puestas por escrito en los primeros textos bíblicos, apenas salida la humanidad del neolítico en el medio oriente fértil, quedó claro que el hombre no escarmienta en cabeza ajena.

"El hombre -dice un refrán universal - es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". Algunos, incluso, tropiezan cada vez que tienen ocasión, diríase que con cierto orgullo. La equivocación, el desafío a las leyes de la lógica, procura a los soberbios una inyección de engañosa autoestima. "Hago lo que me da la gana, porque yo no soy igual a los demás". Trágica, y dolorosa, equivocación.

No dirá el PP que no ha sido advertido de que su tolerancia al menos dialéctica con la corrupción, cerrar filas con los acusados, minimizar o frivolizar los hechos, era un polvorín que le iba a estallar bajo los pies en cualquier momento. La corrupción, en efecto, siempre avisa. La corrupción no nace por generación espontánea. Necesita un caldo de cultivo, un resquicio. Sobre todo necesita que los que la pueden extirpar confundan la gimnasia con la magnesia y que los dirigentes crean, de buena o mala fe, que están ante un acoso externo, orquestado por la perversidad intrínseca del enemigo, y no por las marrullerías de los traidores. Hay otro principio político que es suicida olvidar: en todas los grupos hay tramposos, corruptos y expertos en el arte diabólico de la traición educada y amigable.

Cuando aparecieron los primeros indicios de la trama Gürtel, una maniobra de corte típicamente mafioso, Mariano Rajoy pudo hacer dos cosas: una buena y otra mala. Eligió la mala: usar un ambientador con olor a mentol para tapar el olor. El PP a coro, azuzado por la cínica quinta columna que lo estaba carcomiendo como un ejército de termitas, actuó, de palabra o de obra, contra el mensajero, contra los periodistas, contra los jueces, contra los denunciantes, contra la policía. Trató de desacreditar la instrucción.

Eso ha provocado el efecto grieta. En una presa, por ejemplo, cualquier pequeña grieta es agrandada por el empuje del agua. Al final, donde había una grieta aparece un boquete, por el que se produce la avalancha, que, depende de la fuerza de la maleza y los escombros que lleve, puede derrumbar el muro, produciéndose la inundación, y la catástrofe.

La estrategia de esperar a que escampe, de controlar los daños según se vayan produciendo con medidas parche les procura a los corruptos la impresión de que en realidad sus fechorías son impunes, y que pueden seguir socavando los cimientos de la ética para su beneficio personal. A veces comparten este beneficio con el partido, procurándoles dinero extra. Caer en tal tentación tiene consecuencias dramáticas.

El caso Bárcenas estaba cantado en todas las coplas. La confirmación judicial de que había reunido en Suiza 22 millones de euros en su época de tesorero del PP solo es otra punta de un mar de icebergs. La revelación ha sido un mazazo para la dirección del PP. Pero no será el único. La Comunidad Valenciana, Galicia, Baleares... Madrid, con el gravísimo episodio del supuesto espionaje político en el mandato de Aguirre. Los indultos irresponsables, a corruptos o a condenados por delitos de tráfico con resultado de muerte o invalidez. Ver la paja en el ojo ajeno, como cuando Cospedal exigió la dimisión de Duran i Lleida por el caso Pallerols, y no presentó la suya de oficio por el caso Bárcenas... quien encima aprovechó la amnistía fiscal de Montoro para blanquear 10 millones de euros.

Todavía la presa no se ha derrumbado, como se derrumbó la de Aznalcóllar, en 1998, cerca del paraíso de Doñana, rebosante de residuos tóxicos. Pero las grietas ya no se tapan con apaños de albañil a lo Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. El PP, que tiene la alta responsabilidad del gobierno, ha de dar instrucciones enérgicas, y quizás dolorosas, a la Fiscalía, ha de potenciar todos los servicios anticorrupción, ha de hacer una autocrítica y revisar lo que ha hecho mal dejándose llevar por el impulso de hacer lo contrario que sus predecesores. Si nadie se tira de un quinto piso, no hay que tirarse para marcar la diferencia. Un 96% de españoles que cree que la corrupción es el primer problema nacional; un porcentaje similar que descalifica a los políticos; una crisis que está siendo utilizada en parte para desmontar el Estado. Un suicida 'patriotismo de partido' que revive las levas del feudalismo medieval. El conflicto catalán, consecuencia de la corrupción y el populismo provinciano...

La democracia española está enferma. Tiene sida. Y el equipo médico se dedica a atar moscas por el rabo.