En la película En la casa François Ozon desarrolla el juego perverso de un profesor, Fabrizi Luchini, que se confabula con un alumno con dotes literarias que le hace babear de gusto con sus relatos sobre las interioridades de una familia en la que el terrible adolescente se ha colado. El docente, que al principio llevaba la batuta, acaba siendo superado por la inteligencia de su pupilo, y lo que en principio parecía un inocente pasatiempo termina de manera trágica. Sin tener en cuenta este final abrupto, esta semana nos hemos tropezado en el acelerador de partículas que parece la realidad política española con Amy Martin, seudónimo de Irene Zoe Alameda, que de acuerdo o no con su marido o exmarido, Carlos Mulas, directivo de la Fundación Ideas del PSOE, inició también un portentoso y rentable juego literario que se ha llevado por delante al cónyuge. La joven rubia, por lo que ella misma reconoció en una carta pública, firmaba para el think tank socialista sesudos artículos sobre economía y crisis remunerados a 2.000 o 3.000 euros la pieza. La autora sentaba doctrina y hasta era normal afirmar "como ha dicho Amy Martin en su escrito, como ha recapitulado Amy Martin después de la cita de Krugman, como ha expresado Amy Martín con una concisión envidiable..." Hasta que un día, coincidiendo con el temporal de los sobresueldos en el PP, va el exministro Caldera, vicepresidente de Ideas, y se cepilla al Mulas por contratar a una falsa articulista. En la atmósfera, cómo no, interrogantes miles sobre la bella rubia (bueno, Caldera no tenía pajolera idea de su aspecto pese a estar él en la cúspide de Ideas), su paradero, su preparación, su origen... Ella misma, tras la caída de su exmarido o marido en desgracia, sale a la palestra con una epístola muy literaria en la que cuenta que el seudónimo tiene su origen en el afán novelístico, y que el bueno de su compañero no tiene nada que ver en el feo asunto. A Mulas, por tanto, lo ha devorado la frivolidad de la chica, o bien amañaron entre los dos un sustancioso dúo.

Toda la trama que he expuesto, y a la que aún le falta más de una hijuela, no me sirve para otra cosa que para hacer el asiento correspondiente sobre la felicidad de los trepas, y cómo estos pueden convencer a organizaciones enteras sobre las bondades de su intelecto, de su capacidad de trabajo y de la rentabilidad de todo lo que tocan con las yemas de los dedos. ¿Son los partidos políticos el mejor paraíso para las veleidades de estos sujetos? Nuestra Amy Martin, a la que le sale por los ojos un tufo autopromocional tremendo, le han destapado, a raíz de la explosión de sus artículos, una longaniza de subvenciones para cortos, poemarios posmodernos y puñetas musicales con un grupo de tendencia gótica, una música que sonó cantidad en La Moncloa por predilección de la hijas de Zapatero. Y mientras ella derramaba su cerebro multidisciplinar (¡ah! me olvidaba de que fue directora brevísima de Instituto Cervantes de Estocolmo) su marido o exmarido (no se sabe bien cómo es el vínculo) también extendía su tentáculo hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI), donde como asesor se despachó con un estudio sobre la crisis de Portugal que llamaba a una especie de holocausto para los sueldos de los empleados públicos. En la Fundación Ideas (¡si Pablo Iglesias levantara la cabeza!) ni olerlo: Amy Martin, Irene Zoe Alameda, había dejado a los intelectuales orgánicos que leían sus artículos en posición de sedados, dispuestos a untarse unos a otros con verbalizaciones sobre la estupenda generación que les ha caído encima, la raigambre marxista que asoma en sus argumentarios, el poder emergente de la emprendeduría hecha carne... Y sobre todo: ¡qué nombre más delicioso el de Amy Martin! Tan renovador, tan fresco, tan lejano de la tortilla y la pana... Tan de Manhattan. Tan Paul Auster. Tan de aeropuerto en aeropuerto...

¿Pero quién coño es? ¿Es difícil averiguarlo? ¿Quién la contrató? ¿Cómo ha llegado hasta nosotros? ¿Es una infiltrada de la maldita FAES? Una letanía de improperios cayó como un manantial, patio abajo, en la sede de Gobelas. El secretario de Organización del PSOE, Óscar López, ha llamado "golfo" a Mulas, un tipo, según el detalle académico que circula por ahí, doctor por Cambridge. Un sujeto, en definitiva, que ha pulverizado su presente (el futuro no se sabe, España es un país que da muchas vidas) y que ahora hace su maleta con la rubia Amy Martin, que ha defendido su honestidad, que se ha comprometido a devolver los miles de euros obtenidos por artículos de reflexión y a la que la devastada profesión periodística no le queda más remedio que preguntarle: querida Amy ¿cómo lo hacías para cobrarle a Ideas tantos euros por pieza? Gómez de la Serna, que parió gueguerías como un condenado en su exilio, se hubiese construido un circo para él sólo, que era a lo que siempre aspiró, con tanto dinero. Umbral, otro pesado de la frase, hubiese contratado un spleen Madrid para todo lo que le quedaba de vida. Y César González Ruano, todo un figurín, invertiría lo suyo en hacerse con los premios literarios más en boga. ¿Para qué tanto sacrificio después de lo visto con Amy Martin? Cualquier vendemotos o abrazafarolas se hace un plan de vida, desmocha cuatro adjetivos, tira de un libro de citas, besa la mano a más no poder, no lleva la contraria, cierra las puertas, sacude el cojín, enciende la televisión, carga el móvil, no pone ni un pero al discurso, baja las ventanillas del coche, manda flores... Y encima, cómo no, evita tensar la cuerda del arpa para que el partido sea igual que una balsa de aceite: ya tienes el puesto ganado, y ahora a ver crecer al monstruo.

Carlos Mulas y Irene Zoe Alameda, comidos por Amy Martin, se habían puesto a su disposición para levantar una familia en el seno del PSOE y buscar una vía intermedia entre Chacón y Rubalcaba, hubiese escrito un negro en plan contrapropaganda. Una vez desarticulada la operación, intensificada a partir de los sobresueldos del PP, queda demostrado que Ideas es un garito de cuidado, donde las ideas, valga el respeto a los pensadores, se manejan por catálogo, igual una marca de camisa, o a la moda de Amy Martin, chica que busca la fama. Al contrario que Bárcenas, que puso en marcha el helicóptero del dinero sucio.