Hay una locución latina cuyo conocimiento debería ser obligatorio: sic transit gloria mundi. Así pasa la gloria de este mundo. Eso se les recordaba a los pontífices en el ceremonial de coronación. Se quemaba un manojo de ramas de lino y se les enseñaban las cenizas: "Sancte pater, sic transit gloria mundi".

Todo lo que parece eterno es efímero, un pensamiento que ya figura en los libros del Viejo Testamento. Casi siempre uno llega tarde al conocimiento de esta realidad, embebido en el cotidiano ajetreo, los placeres mundanos o los botafumeiros de toda vida social. Los que entran, con los pies por delante, en el cementerio de Vegueta, no pueden leer, por razones obvias, esta tardía advertencia: "templo de la verdad es el que miras/ no desoigas la voz que te advierte/ que nada es verdad sino la muerte".

Son más que verdades, obviedades de la experiencia.

Juan Carlos de Borbón, nombrado heredero por Franco y Rey por las cortes franquistas, fue reciclado para la democracia por los partidos políticos que depositaron en él su confianza. Se la ganó poco a poco. Fue uno de los artífices de la Transición, junto con los líderes políticos, de todos los partidos, y con el conjunto de un pueblo español decidido a aprender del pasado para, como decía Santayana, no estar condenado a repetirlo. El 23-F de 1981 mereció el aplauso unánime por su actitud ante los golpistas. Pero a las medallas hay que darles mangrina todos los días para que brillen como cuando se ganaron.

En los últimos años la Casa Real se ha convertido en el perro flaco al que todo son pulgas. Durante un tiempo los periodistas se autorregularon, vamos a decirlo así, para no ser cómplices de enredadores y cazadores de cotilleos a tanto la pieza. Pero una sucesión de errores tanto por parte del Rey como de su familia hicieron de carga explosiva adosada al muro de hormigón de su inmunidad crítica: abrieron una grieta que se ha ido agrandando.

Sin duda el caso Urdangarin ha sido el detonante del mayor desafío reciente de la institución, que con loable, pero quizás infructuoso sentido de Estado los principales líderes políticos han decidido no utilizar ni en sus proyecciones de futuro ni en sus refriegas, tantas veces inconscientes e irresponsables. Cierto es que el monarca actuó con energía en un momento determinado, como en el 23-F, cuando en el mensaje de Navidad de 2011 dijo aquello de que la ley es igual para todos, poco después de que La Zarzuela considerara poco ejemplar el comportamiento de su yerno, que se ha ido deslizando hacia el sumidero por el tobogán de la chulería. Pero todo lo que se puede enredar se enreda. Los correos electrónicos que Iñaki Urdangarin cruzó con su exsocio y ahora enemigo de mucho cuidado Diego Torres muestran a este deportista como un engreído descerebrado, que creía que todo lo que se soñaba se podía hacer. Unos e-mails, revelados poco a poco en un premeditado proceso de presión a las instituciones, revelan ahora que el exprofesional de balonmano le pidió a su suegro que mediara con personalidades internacionales del deporte para que asistieran al Valencia Summit, que, eso no lo decía, estaba organizado por Nóos, su falsa fundación sin ánimo de lucro dedicada millonario al tráfico de influencias.

Llegados a este punto, hay que hacer un intento para no confundirse en medio de esta madeja de despropósitos. Pedirle al Rey su mediación es como pedirle a la Virgen una ayuda en un encuentro de fútbol -cosa que presencié asombrado en la redacción de LA PROVINCIA hace una década-. Ni la Virgen le dio la victoria al que le puso dos velas, que dispararon la alarma antiincendios, ni el Rey consta que haya mediado ni mucho menos que haya sabido lo que había detrás de la petición del marido de su hija. Consta que un día hizo algo sorprendente: llamarle la atención por televisión en el solemne mensaje navideño.

Pero la crisis tiene muchas caras. En el peor momento surge la cacería de elefantes de Botsuana, que permite conocer la presencia de una aristócrata alemana, la rubia Corinna, que está siendo como un cañón de sorpresas, que envuelve, como una tela de araña, al achacoso rey que trata de no envejecer, y que en ese trasiego estéril se está convirtiendo en un personaje imprevisto que no responde al perfil del contrato que habían aceptado más o menos tácitamente los españoles.

Su "lo siento, no volverá a ocurrir" dicho al salir de la clínica tras ser reparado por una caída en el safari que destapó el ¿romance? con una princesa dedicada a las comisiones, está perdiendo fuerza según pasan las semanas, en una España harta de provocaciones, frivolidades y derroches.