Si es cierto que el nuevo Papa conoce la obra de Borges, tal vez también sabrá de las palabras de Eric Satie descubiertas en su cuarto al poco tiempo de su muerte. Un Papa tan leído tendrá probablemente conocimiento de que este músico dejó encerrados en cajas de puros más de cuatro mil rectángulos minúsculos de papel escrito. En ellos se muestran descripciones de paisajes imaginarios, greguerías, dibujos, apuntes burlescos, instrumentos musicales inventados e incluso órdenes religiosas inexistentes. En uno de estos papelitos escribió: "Me llamo Eric Satie, como todo el mundo."

De tener conocimiento el Papa de esta frase, ya célebre, habría podido pronunciarla en el momento de comenzar su divino reinado en la tierra. Habríamos leído y escuchado en todos lados: "Me llamo Francisco, como todo el mundo".

No importa que el posible sentido de la frase en el caso de Eric Satie se debiera a su tremendo desprecio por el género humano. No en vano escribió: "Cuanto más conozco a los hombres, más amo a los perros." Las palabras tienen esas cosas. Una frase puede expresar a la vez dos ideas que se contradicen. En el caso del Papa parece plausible pensar que la frase en sus labios habría guardado relación con una muy alta estima por los seres humanos. O al menos es lo que se deduce de la información que recibimos, ¡oh!, de los medios.

No solo tiene cara de buena gente, sino también se comporta cercano. Besa en la mejilla a la gente común y a gobernantes. Despliega sentido del humor y le gusta reírse. Toma el metro. Sabe algo de cocina. Todavía más, aunque de esto nada se haya dicho: si le pica la cabeza, se rasca. Se amarra solo los cordones de los zapatos. Si tiene gases, los contiene en el ascensor en presencia de sus vecinos?

Se llama, por tanto, Francisco, como todo el mundo, y ama a sus semejantes. Eso sí, siempre y cuando no sean homosexuales, por mencionar los primeros y no últimos que son excluidos de su lista de participantes del género humano.