Se dice que es fácil dejar de lado el cigarrillo. Lo difícil es mantenerse después sin fumar. No parece que el motivo sea solo un problema de adicción física. De esta, según los expertos, se desprende el cuerpo a los pocos días. Lo terrible es la dependencia psicológica, se afirma, cuestión que comparto pero considero insuficiente para explicar el apego de los fumadores al tabaco. Me atrevo a decir que dejar de fumar implica tener que variar hábitos importantes. Cambiar parte de nuestro modo de vida. De ahí que cuando tomamos la decisión y abandonamos el cigarrillo, se paralice nuestra existencia. O al menos interiormente nos sintamos bloqueados. También irritables y angustiados. Cómo seguir llevando la misma vida sin ese compañero tan fiel con el que hemos compartido todo, absolutamente todo, incluso en el váter. De él no hemos recibido quejas ni tampoco nos ha impuesto exigencias.

Viene todo esto a cuento, entre otros motivos, porque he leído al respecto un pasaje, no exento de ironía, de Saliendo de la estación de Atocha, novela de Ben Lerner. Porque me parece clarificador, quisiera compartirlo. Cuenta el protagonista, un aspirante a poeta, que para él el cigarrillo "era una tecnología indispensable, un sustituto del habla en situaciones sociales, un modo de ocupar la boca y las manos cuando estaba solo, una técnica de respiración profunda que convertía en material la exhalación, un modo de medir o de pasar el rato (€). Era una motivación y una transición prefabricadas, un modo de acercarme a o de alejarme de un grupo de gente o tema, de entrar o salir de una habitación, de unir o puntuar una frase. Lo más difícil de dejarlo era perder la función narrativa; sería como quitar los teléfonos o los periódicos de las películas de la época dorada de Hollywood; no quedaría nexo posible entre las escenas, ningún modo de hacer circular la información o salvar las distancias".

El cigarro es un amigo, un motivo, un pretexto, una plataforma, un encubridor de insatisfacciones, un paréntesis. Todo eso y más, pero también, ay, un puente hacia la muerte.