A veces la filosofía es pura ciencia. Fue la misma cosa en sus orígenes.

No es en absoluto verdad que las altas instancias no conocieran el latrocinio a que la mayor parte de los ejecutivos sometían a las cajas de ahorros. La turbiedad de su gestión era de dominio público. Y ya se sabe cuánta razón tiene el latinajo: Vox populi, vox dei, que puede traducirse libremente como que lo que es generalmente conocido suele ser verdad. Porque no es cierto que el rumor no sea noticia; depende; esa es la clásica frase hecha, de la colección de decires y proverbios, que se cuela en el periodismo. Por ejemplo, el rumor que circulaba mediante anónimos repartidos en los buzones de gente influyente por toda Galicia y que denunciaba las entonces presuntas tropelías del principal directivo de Caixa Galicia y su supuesta desenfrenada práctica del familiaje. La hojilla multicopiada advertía que los hechos se habían puesto en conocimiento del Banco de España, que en La Coruña eran sabidos en detalle, y que las autoridades provinciales y autonómicas estaban al tanto minucioso. Lo mismo sucedía allí donde el desbarajuste era mayor y tenía más visibilidad y afectaba a más gente: Castilla La Mancha, Andalucía, Valencia... y Madrid. Caja Madrid era, como se decía antes, una compañera de viaje, una correa de transmisión al servicio del poder político que ocupaba el gobierno de la Comunidad: Esperanza Aguirre, que no es talmente, como presume ella, un verso suelto, sino un estrambote diferenciado de un mismo soneto. Pero no hubo diferencias sustantivas entre los partidos: todos pecaron por acción, y el que no, pues pecó por omisión.

Y tampoco es veraz que los partidos se vieran sorprendidos por la corrupción que en los últimos meses está metastatizando la espina dorsal de la nación. Desde hace décadas, y a pesar de sus deficiencias y equilibrios intestinos, los órganos de control de las administraciones públicas, los externos (Tribunal de Cuentas y sus homólogos regionales y la Agencia Tributaria) como los internos (secretarías generales e intervenciones) han venido advirtiendo de los peligros del abuso de las adjudicaciones negociadas sin publicidad, del abuso del concurso sobre la subasta; del peligro de burlar por sistema las leyes de Función Pública; del abuso de los dictámenes de encargo, reiteradamente descalificados por los jueces como vulgares atajos para favorecer a los amigos, porque "el que paga manda".

Todo eso se desoyó insensatamente. Por soberbia. Por sectarismo. Lo desoyó el gobierno valenciano, y lo desoyó el gobierno andaluz; lo desoyó el gobierno gallego, y lo desoyó el gobierno canario; lo desoyó el gobierno balear, y lo desoyó el gobierno catalán... Como decía Calderón a través de Segismundo en La vida es sueño, "y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende".

Gürtel, Bárcenas, Jaume Matas o los ERE o la corrupción de CiU que ya denunció en el parlamento de la Generalitat Pasqual Maragall, cuando les dijo a los nacionalistas que su problema "es el tres por ciento", son escándalos que se han cuidado primorosamente. Se han hecho los surcos con gran mimo, se ha abonado con los mejores nitrofoskas, compost y aspersores, se ha plantado el mejor esqueje, hasta que ha brotado con fuerza, aprovechando las lluvias y los soles. Desde el punto de vista técnico de un buen prevaricador, supongo, han sido productos casi perfectos, que hasta el final se han visto rodeados de una delicada atención estética. Ha habido un poco de sobreactuación: "pongo la mano en el fuego", "es la persona más honesta que conozco..." (la honestidad es de cintura para abajo; la honradez es de cintura para arriba); "como no podía ser de otra forma" (incierto, todo puede ser de muchas formas: uno puede casarse por lo civil, por lo budista, por lo católico, de penalti...) Bárcenas ha sido el resultado termodinámico de unas circunstancias: tomar las normas por el pito del sereno. Entender la excepción por la autodefensa. El medio justificado por un buen fin: ellos o nosotros, y viceversa.

La solución no es un simple cambio de gobierno; en realidad la única alternativa con futuro es una refundación democrática que pacte una serie de puntos innegociables: que los jueces sean de verdad independientes y que sus jefes gocen de reconocido prestigio profesional; que se acabe la indecencia de los indultos de conveniencia; que los Tribunales de Cuentas y la Agencia Tributaria multipliquen sus efectivos y se rijan solo por el deber, y nada más que por el deber; que se respete la Constitución desde la primera línea, que dice: "España se constituye en un Estado social y democrático de derecho", que no puede ser escamoteado ni en el todo ni en la parte por charlatanes vendedores de crecepelos.

O eso, o amarremos los machos. Con los mismos ingredientes y hervores, la misma historia volverá una y otra vez hasta que se aprenda a cocinar.