Una de las novedades del Concilio Vaticano II fue tratar, largo y tendido, sobre la participación de los laicos en la misión de la Iglesia. Juan XXIII tuvo una intuición profética al crear expresamente una comisión específica para esta cuestión tan necesaria en una Iglesia abierta al mundo. Además fueron invitados a asistir, primero los varones y luego las mujeres, y a hablar en el aula conciliar. Los documentos de este extraordinario evento eclesial dejan constancia de una buena doctrina de los laicos sobre el fundamento de su misión, la espiritualidad, su libertad y autonomía, sus campos propios de acción, su vinculación con la jerarquía, la conveniencia del apostolado asociado y, también, en las instituciones pastorales en las que deben estar presentes y se debe contar con ellos. Sin embargo, el león sigue dormido, expresión que se ha hecho popular en los ambientes del apostolado seglar. No le han dejado despertar.

En el posconcilio han surgido diferentes y variados movimientos que se preocupan más del cultivo de la vida espiritual. Son menos los que destacan por el compromiso temporal. La Acción Católica, creada por Pío XI en los comienzos de los años treinta, para salvar un mínimo de apostolado de los laicos al suprimir el fascismo todas las organizaciones católicas, y que en España tuvo una época de gran incidencia, sobre todo por sus movimientos especializados, sufrió un profunda crisis -se señala las Jornadas del Valle de los Caídos de 1966- que le está costando mucho superar. La tímida aplicación del Concilio hizo que los Consejos de participación de los laicos -el Consejo Pastoral y el Consejo de Laicos- tuvieran poco relevancia en la marcha de la Iglesia en estos cincuenta años.

Dos noticias vuelven a poner esta cuestión de actualidad, al menos para aquellos que están preocupados por la acción y presencia de la Iglesia en el mundo. El primero es la segunda Asamblea de la Acción Católica General que se ha celebrado en Madrid en los primeros días de este mes de agosto. Por cierto, este movimiento eclesial lo preside Higinio Junquera y ha sido reelegido por un nuevo cuatrienio. Después de un largo periodo de renovación para convertirlo en movimiento parroquial y diocesano de niños, jóvenes y adultos, comienza a dar sus frutos. Se han reunido 600 personas (120 niños, 125 jóvenes y 300 y 40 consiliarios) procedente de 44 diócesis españolas. Allí han afirmado que la vida de las parroquias es la vida de la Acción Católica General y que está llamada a articular el apostolado asociado de los laicos. La parroquia nace con el cristianismo, tiene genes indestructibles, aunque a veces se quede como el grano de mostaza, pero necesita articular su acción pastoral. Dado el bajo índice de asistencia frecuente y dominical, necesita salir a las periferias, como insistentemente le indica el papa Francisco. Esta nueva Acción Católica puede ser el mejor instrumento. Vemos que otros movimientos tienen mayor dificultad de aceptación. Es evidente es que no se puede seguir debatiendo si son galgos o podencos. Es la disculpa de la inactividad.

La otra noticia es el discurso del papa Francisco al Comité de Coordinación del Celam en su reciente viaje a Brasil. Impresiona ver a un papa hablar a pecho descubierto con los obispos y poner el dedo en la llaga de los problemas que acucian a la Iglesia y no dar soluciones prefabricadas sino pautas de discernimiento. Hay que irlas buscando, intentando, en la línea de que prefiere una iglesia accidentada que enferma o cerrada sobre sí misma. Entre todos tenemos que abrir nuevos caminos. Detecta el problema del clericalismo de los laicos que advierte como tentación, más todavía, como complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clericalice? De ahí la falta de adultez y de cristiana libertad en buena parte del laicado. Leyendo la historia del Concilio aparecen ya estos miedos y reticencias. Especialmente al tratar de las Acción Católica y su vinculación y cooperación con la Jerarquía. Se matizó que el fin de las asociaciones laicales es el fin apostólico de la Iglesia y que la cooperación con la jerarquía será según el modo propio de cada asociación.

Se necesita que despierte el león dormido y que tenga voz propia en muchas de las situaciones por las que atravesamos hoy. Ofrecerían una opinión libre, no ideologizada ni partidista, sino desde el bien común, para alumbrar soluciones a muchos de los graves problemas que sufre y afronta esta sociedad.