Coincidiendo con el clásico debate macaronésico de la autodestrucción provocada por gente torpe y extravagante el dominical de El País publica un reportaje sobre los proyectos que nunca pasaron del papel al hormigón en Los Ángeles, la ciudad in de América.

Algunos tienen grandes parecidos con ciertas iniciativas que se han quedado por el camino en Canarias, o ya puestos, en Gran Canaria.

Una isla artificial frente a una playa utilizada para construir una autopista recuerda cuando el ministro Fraga promovió la urbanización de La Graciosa, conectada a Lanzarote con puente colgante y gran carretera. Un tren elevado es como una gota de agua a aquella gota de agua pronto evaporada del tren vertebrado de Goicoechea levantado sobre gruesos pilares que provocaba el efecto jaula allí donde se hizo la prueba, en la Avenida Marítima. Luego, un plan general con una ciudad aglomerada que, salvando las distancias, es el clásico delirio de los codiciosos que en todas partes tiene su extrapolación.

Al hecho de que no todos los proyectos salidos de la mente empresarial o de las ocurrencias políticas logren salir adelante, ciertos empresarios lo denominan canibalismo y lo achacan a un perverso sentido del noísmo. No porque no. Sin que las razones esgrimidas en todos los casos sometidos al debate público les resulten convincentes o, al menos, razonables.

Cuando uno mira a su alrededor, en las Islas, frente a esta acusación el primer impulso es el arrepentimiento: arrepentirse de no haber logrado impedir muchos disparates. ¿Fue sensato construir dentro del Palmeral y el Oasis de Maspalomas, o en la misma arena de las playas de El Inglés o echar escombros sobre las dunas? Frente a esta cíclica intoxicación de que aquí no se puede hacer nada hay que oponer la mera realidad: se han podido hacer cosas que incluso no se podían hacer, o por impacto ambiental o por estúpido despilfarro del dinero.

A vista de Binter esto está claro: se han ocupado solares en marea baja en buena parte de la islas. El norte grancanario es un ejemplo; pero también el este, el sur y el oeste. O los barrancos y los riscos, donde la clandestinidad aliada con la vulgaridad es uno de los grandes instrumentos destructores del paisaje. O el alargamiento del Reina Sofía, una obsesión anacrónica cuando ya arrancaba La Esfinge. O tantas otras cosas. Puerto Rico, la mancha que se entiende en Agaete, Guía-Gáldar, Los Giles- San Lorenzo, que se alonga hasta la cuenca visual de Las Canteras...

No puede decirse con fundamento que no se pueda hacer nada. Se han hecho demasiadas cosas: la circunvalación a Las Palmas de Gran Canaria es una ingeniería colosal, con sus túneles y puentes y sus cuatro carriles. Luego están las otras circunvalaciones en distintas ciudades y pueblos de todo el archipiélago. Pero sin salir de Gran Canaria, las presas, las desaladoras, la Avenida Marítima, la Ciudad del Mar; desde hace poco, el Hospital Dr. Negrín, uno de los mejores de España, el nuevo palacio de Justicia, otra obra extraordinaria, el Woermann; el auditorio Alfredo Kraus; la autopista del Sur, que por llegar llega hasta el puertito y playa de Mogán; la faraónica nueva carretera de La Aldea a Agaete, que muchos técnicos foráneos comparan con la incredulidad de los fabricantes ingleses de velas cuando recibieron el primer encargo para un bote de vela latina. "Están equivocadas las medidas", recuerda Toni Arias que contestaron. A los expertos les parecía imposible que un balandro pudiera aguantar tamaño velamen, pero es que no sabían cómo eran los boteros, y como hacían banda con sacos de arena en el pecho.

No, no se pueden quejar ni los vendedores de hormigón ni los visionarios ácratas del futuro: casi todos los aeropuertos han necesitado ser ampliados, eso es verdad, pero quién duda de que se ha ido a mayores disparando con cuanta pólvora del rey se ha necesitado.

Lo que no se ha hecho, no siempre ha sido por la Administración o la opinión pública; a veces han intervenido intereses empresariales contrapuestos -como en la Gran Marina-. Pero se practica la clásica estrategia del enemigo exterior y la cortina de humo.

Es unánime el criterio de que el Archipiélago está teniendo unos años turísticos dorados, que 2013 ha sido extraordinario y que todo indica que 2014 también lo será.

¿Esta ocupación y esta seguridad financiera hubieran sido las mismas sin las tan denostadas moratorias?, ¿o la histórica avaricia y a mí plin hubiera causado precisamente esa crisis tradicional que lleva misteriosamente una década sin aparecer?

Esto es Bananaria: a la prudencia y al sentido común hay quien le llama autodestrucción o injerencia en el mercado, como si fuéramos Robinsones en la Unión Europea y en este mundo global y de internet.

¡Qué suerte hemos tenido! Nos hemos salvado de chiripa.