Un viejo amigo, Alexis Suárez, publicó el pasado martes en mi biografía de Facebook el enlace de una noticia aparecida en el diario Público (luego he sabido que también otros medios de comunicación se hicieron eco de la misma), en la que se informaba de que una discusión sobre Kant en un bar de Rusia terminaba a tiros. Bueno, en realidad, uno de los que discutían, que fue detenido, le disparó al otro con una pistola de balas de goma, pero el que recibió el tiro terminó en el hospital, aunque, según señala el diario, su vida no corre peligro. El caso es que, por más que no se me esconde que en determinados sectores de la población la filosofía es capaz de levantar pasiones, el suceso de marras me ha dejado asombrado. Y puesto que, ya lo decía Aristóteles, el asombro es la raíz del pensamiento, el hecho de que una discusión sobre Kant haya terminado de ese modo me ha dado que pensar.

En Canarias, como en el resto de España, la situación de la filosofía es bien diferente. Es cierto que en ocasiones podemos asistir a, o participar en, discusiones acaloradas sobre temas de filosofía, pero, no nos engañemos, a las actividades filosóficas no suele acudir mucha gente, ni siquiera la del gremio, y si a una conferencia asisten treinta personas, por más que el ponente de turno sea un filósofo de prestigio, ésta se puede considerar todo un éxito, aunque en ocasiones puntuales el público sea mucho más numeroso. Y si la filosofía no genera gran expectación en estos momentos, peor va a ser la situación si, finalmente, prospera la ley Wert y se reduce drásticamente el número de horas dedicadas a esta secular disciplina en ESO y Bachillerato.

Hasta ahora pensaba yo que el ataque a la filosofía pergeñado por el ministro de Educación tenía como objetivo impedir que los jóvenes españoles tuvieran, además de una buena instrucción técnica, una sólida formación filosófica que les permitiera en el futuro ser sujetos autónomos, ciudadanos con criterio propio. Sin embargo, tras leer la noticia con la que comenzaba este artículo, lo veo más claro. Y es que, si tal como recoge el diario Público, los rusos son aficionados a discutir sobre filosofía, a veces mientras se toman unas cuantas copas, aunque, eso sí, no sea habitual que las discusiones lleguen a esos extremos, entonces no podemos sino pensar que el nunca bien ponderado José Ignacio Wert y sus compañeros del PP sólo quieren evitar que esta insana costumbre arraigue entre los españoles, para lo cual nada mejor que sacar a la filosofía de los institutos y garantizar así la paz en los bares. O al menos que las discusiones sean motivadas por asuntos más serios, como el fútbol o los propios del programa Sálvame.