El momento clave va a ser cuando los catalanes que ahora están encandilados con el derecho a decidir, como si no lo estuvieran ejerciendo cada cuatro años desde 1979, y con el espejismo de una Cataluña que viviría en un mundo feliz, sin te-ner que afrontar una política de solidaridad interregional, sin fiscalía anticorrupción que persiga a los defraudadores y apandadores, sin tener que hacer cuentas con nadie.... se tope de bruces contra la realidad. Y la realidad tiene varias caras: está la realidad de las ideas, que a veces parecen grandes maravillas pero con frecuencia son simples ocurrencias; y está la realidad de la historia, que no es la que cuentan con un victimismo simplón, como si los hechos históricos fueran un pladur a medida; y está la realidad de las cuentas.

Los números disuadieron a muchos quebequeses de dar el sí al referéndum de secesión de Canadá. Aparte de que el Tribunal Supremo federal estableció que no bastaba con una mayoría simple, sino con una mayoría suficiente, pues Canadá había sido el proyecto común de generaciones de ciudadanos, y es algo que pertenece asimismo a los que aún no votan, se pusieron sobre la mesa algunos pequeños detalles. V. g., los ferrocarriles, los cuarteles, los servicios públicos educativos o sanitarios que fueran sufragados por el Gobierno federal. Si para ello contribuyeron todos los canadienses, y no solo los quebequeses, el nuevo Estado, es un suponer, tendría que adquirir el porcentaje de los demás. No parece lógico que por un accidente emocional de un periodo equis el esfuerzo de todos los españoles quede en manos solamente de una parte. ¿Españoles? Canadienses. Ha sido un lapsus.

En los últimos días, y tras la Diada del millón de personas, una serie de portavoces de las instituciones comunitarias, en una progresión de claridad y contundencia, han vuelto a insistir en lo que ya se ha dicho. Un eurodiputado que habló alto y claro, en el Club LA PROVINCIA, fue el canario López Aguilar, catedrático de Derecho Constitucional de la ULPGC. Después lo remacharon el comisario Almunia y varios portavoces de la Comisión: si una parte de un estado miembro deja ese estado miembro, esa parte ya no es parte de la Unión. Tiene que ponerse a la cola y pedir el ingreso, que se negociaría durante años.

En esa improbable coyuntura, que Cataluña se haya convertido en un tercer país, habría otras comunidades autónomas que la preferirían fuera de la UE para no premiar la deslealtad facilitándole el acceso al mercado interior español. Valencia, Aragón, el País Vasco, Canarias, que querría, con Baleares, la porción de la tarta turística de la costa catalana.

Algunos periódicos ya empiezan a relatar los beneficios y ventajas que perdería la parte de España que eligiera bajarse del barco. ¡Hasta los Erasmus quedarían fuera de su alcance! Y, naturalmente, acabaría esa absurda discriminación en el funcionariado, pues los catalanes pueden opositar a los concursos nacionales y a los de casi todas las regiones -menos Galicia y Euskadi- pero el resto de los españoles están discriminados de facto por la barrera insuperable del idioma local.

Pero la imagen definitiva será el mapa del las aduanas y la marcación de fronteras en las que se establecerían los controles de pasaportes y de importación de mercancías. Todo eso, que parece una pura ficción, un delirio, podría ocurrir si ERC sigue marcando el rumbo a un desborda-do Mas, que cada día acentúa los perfiles de su patetismo es- capista.

El mejor (o peor, según se mire) ejemplo es el de Oriol Junqueras, cap de ERC que, en el colmo de la desfachatez, trata de quitar importancia al hecho de que la secesión del Estado español implica ipso facto situarse fuera del club de los 28, o los que sean en ese momento. Muchos catalanes, afirma con argumentos de tahúr del Misisipi, mantendrían la doble nacionalidad, por lo que Cataluña seguiría a efectos prácticos en la UE. Ignorando la verdad verdadera: que la UE es una unión de estados y que la condición de ciudadanos lo es en cuanto miembros de un estado, pero no hay una ciudadanía europea que no esté basada en la ciudadanía nacional. Los padres constituyentes de la actual Europa tenían muy claro que uno de los grandes peligros para la Unión podría ser una temeraria vuelta al nacionalismo, y pusieron una serie de cortafuegos perfectamente visibles en los tratados.

Todo ello, sin embargo, no empaña la visión: el sistema autonómico tiene que abordar una asignatura pendiente que todos los presidentes han reconocido pero que ninguno ha superado: la conversión del Senado en una especie de Bundesrat alemán o cámara de los estados, un nuevo sistema de financiación y nuevas bases para la solidaridad interterritorial. Todo eso, y un sincero propósito de enmienda para erradicar la corrupción, el despilfarro y el mal gobierno harían mucho bien a este país. Entonces volvería a haber motivos para el orgullo español.