A la hora de escribir estas líneas lo último que quisiera es que mi viejo amigo y compañero en la UCD José Manuel García Margallo, actual ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, por quien siempre sentí especial afecto y consideración desde que nos sentamos juntos pero no revueltos en sus escaños, no acepte de buen grado mis actuales reflexiones, de igual forma que tampoco me agradaría que alguno de los escasos lectores que tengan la paciencia bíblica de leer las mismas -fruto tan solo de mi dilatada experiencia política- coja el rábano por las hojas entendiendo que pretendo crucificar a mi viejo compañero haciendo a su costa una crítica a la política del PP, por muchas y durísimas merezca.

Me limito, pues, a exponer mi pleno desacuerdo con las reiteradas intervenciones del ministro García Margallo en el espinoso tema de la pretendida secesión catalana, por entender que, de entre todos los que conforman el actual Gobierno, es el menos indicado para intervenir en la cuestión catalana, lo que, sin la menor duda, hará feliz a Artur Mas, por haber subido un escalón mas en su propósito secesionista, en tanto en cuanto nada menos que el único ministro español que viene interviniendo oficialmente en su órdago sea, heterodoxamente por cierto, mi antiguo colega, hoy encargado de la cartera de Exteriores, acaso la más inapropiada de todas para que su titular pueda o deba intervenir en el caso de Cataluña, una de tantas comunidades autónomas españolas que, hoy por hoy, sigue siendo España y no un país extranjero con soberanía propia.

Debo insistir en que lo anterior se viene produciendo además con la agravante específica de que tales actuaciones se encuentran enteramente al margen de la legalidad imperante en nuestro agónico Estado de Derecho, donde debe existir incólume el principio de legalidad, descaradamente desconocido en el supuesto que nos ocupa y preocupa por venirse encargando de ello, prácticamente en exclusiva además, asumiendo especial protagonismo en el tratamiento de la cuestión el inefable García Margallo, pero en su condición ministerial realizando frenéticamente múltiples actuaciones como consecuencia del también frenético deseo y actos desplegados por los independentistas catalanes, de distintas e incluso contrapuestas ideologías, bajo la batuta del secesionista honorable president Artur Mas.

El deseo separatista catalán, quiérase o no, es lo cierto que va "in crescendo" especialmente por los errores de un Estado, como el nuestro, gobernado por los "morituri" populares, cada vez más centralista, lo que viene produciendo en Cataluña, como nunca me cansaré de repetir, especialmente desde los últimos tiempos de Aznar, una reiterada y dura demanda secesionista cada día que transcurre más ansiosa de convertirse en un estado soberano al margen de España, haciendo incluso sus "pinitos", tanto en el interior como exterior, como si de un estado independiente se tratara, lo cual de suyo es causa más que suficiente para deslegitimar política y legalmente la intervención del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, aunque "de facto" esté cooperando precisamente con Cataluña por más que no lo parezca formalmente salvo que de forma sustantiva profundicemos ligeramente en ello.

El primer acercamiento del ministro a Cataluña tuvo lugar -creemos que "ex oficio"- a raíz de los políticamente improcedentes comentarios en la forma por parte del diplomático español Juan Carlos Gafo, número 2 de la marca España, en Twitter, considerados ofensivos contra y por los catalanes a raíz de los pitidos al himno español en la ceremonia de apertura de los Mundiales de Natación que se celebraron en Barcelona, sin perjuicio de que casi inmediatamente el propio Gafo los rectificara pidiendo además excusas y señalando que "él nunca pitaría el himno catalán" , pese a lo cual el ministro Margallo, haciendo uso de sus competencias, se vio obligado a cesarle fulminantemente, por lo cual lo que inicialmente pudiera parecer por sus propias palabras una decisión del propio Gafo para dejar el puesto que ocupaba por el ruido que habían generado sus mensajes en la red social, el propio Ministerio hubo de poner inmediatamente las cosas en su sitio informando con especial interés a Efe y a cuantos medios de comunicación social lo demandaron de que el propio ministro había sido, por su cuenta, quien había decidido inmediatamente tal cese. Estimulado acaso por la favorable acogida que tal decisión tuvo en Cataluña no solo por parte de todas las fuerzas políticas claramente separatistas, sino también por otras tan ambiguas como las de los socialistas catalanes, Margallo tomó la iniciativa de ocuparse personalmente del caso catalán encubriendo incluso sus declaraciones de casi un año antes, cuando tras las elecciones catalanas expresó en relación con tal situación que en el tema catalán "nos encontrábamos con una neumonía", aunque no ante lo que podría haber sido un "cáncer terminal".

Sin embargo, ahora, al haber errado estrepitosamente en su precipitado diagnóstico, viene actuando de improvisado oncólogo para poder liquidar el cáncer realmente iniciado, que se resistió a calificar de terminal, creyendo que era una simple neumonía mediante el ejercicio de la inusitada actividad, que sigo calificando como frenética y personalista por las variopintas acciones ajenas a sus competencias ministeriales, ya que Cataluña, quiéralo o no, sigue siendo hoy por hoy una mera Comunidad Autónoma de las diecisiete que integran el Estado español, continuando sin ser un Estado, aunque bien podría llegar a serlo, incluso con más facultades que el propio Estado español, el cual cedió parte de su soberanía cuando ingresó en la antigua Comunidad Autónoma Europea, quedándonos a la postre no solo sin moneda propia, sino carentes incluso de la capacidad decisoria sobre múltiples aspectos atinentes a nuestras Fuerzas Armadas, al igual que con las actuales limitaciones respecto de numerosas decisiones económicas a tomar que, como acontece con otras competencias y facultades más que antes eran exclusivamente nuestras, son características de los estados plenamente soberanos.

García Margallo, pues, se ha saltado con su propia pértiga la barra horizontal de la vigente normativa legal que, tras las últimas Elecciones Generales, está contenida en el Real Decreto 1823/2011, de fecha 21 de diciembre de 2011, por el que fueron reestructurados los departamentos ministeriales "con el objeto de desarrollar el programa político de reformas del Gobierno, conseguir la máxima austeridad y eficacia en su acción y la mayor eficiencia en el funcionamiento de la Administración General del Estado", cuyo Real Decreto asignó al Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación "la dirección de la política exterior y la de la cooperación internacional al desarrollo, de conformidad con las directrices del Gobierno y en aplicación del principio de unidad de acción en el exterior" (sic). Por ello, de igual modo que no cabe calificar como ilegítima la optimista intervención del ministro en el caso gibraltareño, que no es España, en modo alguno puede mantenerse igual legitimidad por lo que atañe a su intervención en el gravísimo supuesto catalán, por la sencillísima razón de que, aunque no le plazca a España y mayoritariamente quieran ostentar soberanía propia, siguen siendo España.

¿Quién puede sacar tajada de los afanes ilegítimamente ejercidos por el ministro? Pues nada menos que el mismísimo Artur Mas y quienes le secundan, que se sentirán ultrasatisfechos al haber conseguido dar un paso más en sus aspiraciones en tanto en cuanto un solo ministro -y nada más y nada menos que precisamente el de Asuntos Exteriores de España, es el que viene ocupándose personal, directa, reiterada y entusiásticamente de Cataluña, la mayor parte de la cual -no nos engañemos- ya no se considera España.

Acaso porque el ministro -miren por dónde es él quien ha cogido el rábano por las hojas-, pese a ser jurista, ha interpretado mal lo que pretende el antes mencionado Real Decreto 1823/2011, de 21 de diciembre de 2011, asignándole "la dirección de la política exterior y la de la cooperación internacional"?. Pero -me pregunto yo- ¿Con Cataluña?

He aquí, pues, un paso más -en este caso dado torcidamente por el Gobierno español- para que los catalanes se sientan cada vez más satisfechos en sus aspiraciones.