La travesía entre Lanzarote y La Graciosa se ha convertido en un relajo sobre el Río, que es como se conoce al tramo marítimo entre las dos islas. La organización ha convertido esta prueba en una especie de entrenamiento, ya que marca en cada brazada el camino que deben seguir los participantes con boyas a lo largo del recorrido. Por segundo año consecutivo, el Cabildo de Lanzarote, y después de XXI ediciones, señala con balizas una prueba que pierde su esencia principal: nadar en mar abierto sin ayuda de boyas. La seguridad, siempre vital, es el argumento esgrimido para evitar la corriente que atrapó a la mayoría de los nadadores hace dos años. Sin embargo, los organizadores, que por fin han acertado a fijar la prueba con las mareas más favorables (algo que hizo a instancia de los propios nadadores) deberían recuperar la idea original de la que es, sin duda, la prueba más espectacular del circuito regional. De esta manera, el Cabildo puede salvar un doble error: estirar la lista de inscripciones (700 participantes son demasiados) y, de otro lado, evitar convertir el Río en una improvisada calle de mar para la natación, pero sin cloro. La organización podría señalar de forma espaciada con alguna boya puntual el recorrido, pero en ningún caso colocar una hilera de señuelos, que roba todo el encanto a la prueba. La magia de esta competición radica en cómo los ávidos participantes nadan y se orientan para alcanzar la meta tirando de instinto y experiencia. Desde que los bravos competidores parten desde la salida, fijada en la playa Bajo Risco de la isla conejera, y fijan rumbo a la meta situada en Caleta del Sebo en La Graciosa, el olfato del nadador se agudiza para enfilar la singladura.

Un esfuerzo que tiene una recompensa insuperable: el cálido aplauso del público graciosero tras la llegada a la bocana del puerto. Una ovación perenne, que no ceja hasta que entra el último de los participantes.

La nadada, de apenas tres kilómetros, no entiende de edades ni de grandes condiciones físicas, ya que son muchos los que se atreven a desafiarla. Una travesía que sería más disputada si volviera a su estado puro con menos participantes y, ya puestos, sin tantas categorías de premios porque hay más galardones que boyas en el recorrido.