Por fin hemos conocido la sentencia del desastre del Prestige. Aparte de que, para variar, no se ha tenido en cuenta responsabilidad política alguna, hay muchas cosas que están por contar. Por ejemplo, que entre las barbaridades que barajaron las autoridades del gobierno de España, presidido por Aznar y vicepresidido por Mariano Rajoy, estuvo la posibilidad de trasladar el petrolero primero a Portugal y después a Canarias. Menos mal, o menos bien, que se rompió antes. Los responsables de medio ambiente de entonces del gobierno de Canarias pueden dar testimonio de tal desatino. Álvarez Cascos lo dirigía todo desde el coto donde se encontraba cazando ("estando cazando" que decía aquel parte oficial cuando al general superlativo le estalló una escopeta entre las manos). Fraga bramaba lo poco que su edad y condición física le permitían, "el maldito barco" repetía a todo el que le quisiera escuchar, pero tampoco hizo nada por evitar aquel desastre. La población de Galiza/Galicia salió a las calles al grito de "Nunca mais" pero su explosión de protesta no fue escuchada ni atendida. Rajoy convocó, en diciembre de 2002, a todos los presidentes de comunidades autónomas a una cumbre en Moncloa. Me tocó asistir, por la responsabilidad profesional que ostentaba, como integrante de la delegación canaria. El recuerdo que tengo de aquella reunión es, cuando menos, surrealista o hiperrealista, aunque ambos adjetivos parezcan contradecirse. No estuvo Pujol, pero sí su segundo, Artur Mas, también Ruiz Gallardón, y Matas, ministro de Medio Ambiente, y Arenas, también ministro. De aquella reunión salió el voluntariado de toda España para ayudar a limpiar las playas, y nada más. Doscientos canarios contribuyeron con ganas y esfuerzo a mitigar los efectos de aquella tragedia. Recuerdo una mañana de enero de 2003, en la playa de Muxia, lluviosa y triste: el olor era insoportable aun con mascarillas, pero aquellos canarios trabajaron con entusiasmo solidario. Va por ellos, y por otros.