La autoestima es el conjunto de sentimientos, emociones, ideas y opiniones que tenemos acerca de nosotros, y que manifestamos en nuestras conductas. Cuando tenemos una autoestima alta nos sentimos importantes, nos consideramos competentes, tenemos confianza en nosotros mismos y en las decisiones que tomamos. Los niños y las niñas con una buena autoestima, se consideran competentes y valiosas, se sienten seguros de sí mismos, están dispuestos a nuevos aprendizajes y tienen relaciones satisfactorias, pues consiguen comunicarse de forma eficaz. También, por supuesto, están más capacitados para afrontar las situaciones, difíciles o conflictivas, que se van a encontrar en su vida.

Como característica de la personalidad, podemos decir que empieza a formarse en el vientre materno y depende de la relación que los padres y madres construyen con sus hijos. Con palabras de Virginia Satir: "Cada palabra, tono de voz, expresión facial, ademán o acto de los padres, le están enviando al infante un mensaje de autoestima que se verá reflejada más tarde en su conducta".

Cuándo pensamos en lo que podemos hacer para conseguir que los niños y las niñas desarrollen una buena autoestima, solemos plantearnos que lo mejor es animarles, elogiarles, asombrarnos y maravillarnos de todos y cada uno de sus logros y de todas y cada una de sus acciones. Nos vienen fácilmente las palabras: muy bien, fantástico, genial, muy bonito... con las que les premiamos. Sin embargo, la reacción de los niños ante estas palabras no suelen ser la que esperamos, incluso, ante estos elogios, pueden manifestar poco entusiasmo y poco convencimiento, se pueden sentir defraudados y no comprendidos, les aburre nuestro entusiasmo y con el tiempo dejan de creernos.

Faber y Mazlish, en su libro Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen, entre otras estrategias para fomentar la autoestima, nos plantean que, ante algo que haga nuestro hijo, sea una acción o un trabajo, la mejor opción es describir en vez de evaluar, manifestar los sentimientos que nos produce lo que ha hecho y resumir la conducta con pocas y claras palabras. En vez de calificar de forma ambigua con palabras como "muy bien", "fantástico", "muy bonito", que suelen salirnos sin pensar, mejor es tomarnos el tiempo para describir lo que vemos. A veces no es fácil, pues ¿cómo describir el dibujo, por ejemplo, de "un peque" de tres años? pero ese esfuerzo que hacemos significa, para él o para ella, mucho más que un simple "qué perfecto" o "eres un artista". La realidad es que ellos mismos se dan cuenta de que, a veces, no es para tanto. Acompañar la descripción que hacemos de lo que sentimos al darnos cuenta del esfuerzo realizado y poner palabras a la conducta realizada, tiene como consecuencia un aumento en su propia seguridad, un convencimiento de que todo puede mejorar con la práctica, y de que la perfección no es necesaria, ni posible, ni deseable.

Les enseñamos lo que somos, les educamos aún cuando creemos que no lo hacemos, nada pasa desapercibido para ellos. Reciben lo que hacemos, lo que pensamos, lo que decimos y de todo ello aprenden. Somos responsables de ponerlos en el camino, de darles las mejores herramientas, las mejores estrategias, la mejor autoestima, para que vivan su propia vida.

"La satisfacción de la necesidad de autoestima conduce a sentimientos de autoconfianza, valía, fuerza, capacidad y suficiencia, de ser útil y necesario en el mundo." (Abraham Maslow)