Los cónyuges de las autoridades políticas no lo son por ósmosis inversa, pero suelen tener los mismos privilegios que ellas. En democracia elegimos a los candidatos, no a sus mujeres ni a sus maridos. Pero hay una fea costumbre, muy antiestética, que consiste en que si eres la pareja de una presidenta de gobierno o de un presidente de cabildo (incluso si tu cargo es de concejal de un pueblo chico), te colocan en primera fila de un acto en un auditorio o en el palco de autoridades de un acontecimiento deportivo ante la complaciente mirada de otros políticos y la inquisitorial del público en general. Así y todo se admite socialmente, como un grano purulento de una democracia imperfecta y barbilampiña.

Se da por hecho que tal dirigente público deba ir acompañado de su esposa o que mengana, por presidir una institución estatal, autonómica o local, tiene que ir obligadamente ligada a su esposo. Esposados siempre hasta la muerte o la victoria final. El fin de semana lo hemos visto en la convención del PP en Valladolid con Rajoy y Cospedal, acompañados en primera fila por sus respectivos cónyuges. Él con su mujer y ella con su marido, casualmente acusado hace unos días por Comisiones Obreras de cobrar suculentamente de una importante empresa antes de haberse formalizado su contrato. Encima se pasean sin vergüenza alguna.

No es un feo gesto achacable solo al PP. Todos los partidos, cuando llegan al poder, abusan de estos privilegios absurdos. Las únicas que se salvan son las autoridades militares, que nunca llevan a sus esposas a los actos oficiales. En las autoridades eclesiásticas se explica claramente, por lo que tampoco tiene mérito. Los tenientes generales suelen estar casados. Los curas no.

El acompañamiento de los consortes es una anomalía de esta democracia nuestra, que para los viejos es pipiola y para los jóvenes es pureta. Es como la insolente idea de seguir colocando el crucifijo en todas las juras o promesas de cargos públicos, a pesar de que somos un Estado aconfesional, como reza la propia Constitución a la que tanto recurren esos mismos políticos para defender otras simplezas.

Parece que los políticos no se conforman con el sinfín de privilegios de los que gozan solo por el hecho de ocupar un cargo público. Aunque se deben a nosotros, los votantes, actúan de manera soberbia y altanera, creyéndose con el derecho a colocar a su lado a su pareja o amante acogiéndose a un protocolo caduco y antediluviano.

Las formas también son importantes en la democracia. Ya va siendo hora de que empiecen a dar ejemplo.