El racionalismo, la gran corriente filosófica que inundó la Europa moderna, no es factura del francés Descartes, como siempre se dice y es ya lugar común, sino del español Gómez Pereira, filósofo y médico que llegó a tratar a don Carlos, el desdichado hijo de Felipe II. También se adentró en los territorios de la ingeniería y los negocios.

Gómez Pereira nació en 1500 en Medina del Campo. Su única obra de carácter filosófico se titula Antoniana Margarita, extraño encabezamiento resultado de los nombres de sus progenitores Antonio y Margarita.

La publicó en agosto de 1554 en Medina del Campo y en latín. No sobra recordar que Descartes nació en 1596. Y produce sorpresa y estupefacción considerar que hasta el año 2000 no apareció en español, según una edición de la Fundación Gustavo Bueno y de la Universidad de Santiago de Compostela. No extraña que ante semejante dejación española los franceses se hayan apropiado de sus ideas hasta entronizar a Descartes en lo más alto del olimpo intelectual.

Un dato que es prueba incontrovertible. Gómez Pereira propuso el silogismo: "Conozco que yo conozco algo. Todo el que conoce es. Luego, yo soy". Obviamente la famosísima sentencia de Descartes "pienso luego existo" está calcada de la del castellano. La primacía del racionalismo es evidentemente del español sobre el francés.

El filósofo estudió en Salamanca durante el periodo nominalista, doctrina que tras asimilarla la transformó en un sentido sensualista. Era enemigo del criterio de autoridad en las cosas observables, en la experiencia, en lo que entra por los sentidos. En ese terreno no admite más autoridad que lo que se conoce directamente y sobre lo que se puede razonar sin apriorismos. Como tiene escrito "en no tratándose de cosas de religión no me rendiré al parecer y sentencia de ningún filósofo si no está fundado en razón".

El filósofo castellano rechazaba el escolasticismo, siempre se mostró contrario a la doctrina aristotélica de la materia prima y de la forma sustancial, negó la distinción entre las especies sensibles y las inteligibles en el acto perceptivo, en la acción de conocer de manera niega que existan dos formas de conocer la realidad.

La teoría más famosa y fuerte de Gómez Pereira -rabiosamente racionalista- se refiere al automatismo de las bestias de la que se deducen múltiples consecuencias y está, sin duda, en la base misma de la Fisiología moderna. Y es que el filósofo castellano prescinde del alma en sus explicaciones sobre los animales paralelamente a como, años después, la mecánica celeste también prescindió de Dios. Una anécdota ilustra la convergencia. Napoleón, después de leer el Tratado de Mecánica de Laplace le dijo: "Noto que no habláis de Dios en vuestra obra". Laplace, resuelto, le respondido: "No necesito a Dios para mis cálculos". Gómez Pereira podría haber dicho análogamente, refiriéndose a su Antoniana Margarita: "No necesito el alma para mis cálculos de la economía de los animales".

¿Qué son, entonces, los animales? No tienen alma, es decir, no sólo no tienen alma racional sino tampoco alma sensitiva. Se comportan como autómatas. Es solo una metáfora antropomórfica decir que un galgo, cuando ve o huele a la liebre, se lanza en carrera hacia ella. No es así. El galgo ni ve ni huele. No siente ya que no tiene alma, ni siquiera sensitiva. Es solo una máquina fantásticamente diseñada que cuando recibe un estímulo determinado se dispara siguiendo determinado patrón de comportamiento.

Cuando intenta describir el mecanismo de recepción por el galgo del estímulo, de la liebre, y su respuesta de aproximación hacia la liebre, Gómez Pereira ofrece un clarísimo modelo de lo que luego será el tan celebrado reflejo condicionado, central en la psicología actual.

Casi un siglo después de la Antoniana Margarita, los racionalistas franceses contemplando una vivisección de un perro se pasmaban de la escena. "Son maravillosas estas máquinas" decían "parece que sufren".

La interpretación más extendida sobre la teoría de Gómez Pereira, como después se hizo con las propuestas de Laplace, indica que abre la puerta al materialismo moderno. En el caso de la teoría del automatismo de las bestias, el fundamento parece claro ya que sería un ejemplo del ejercicio del método mecanicista, que destierra cualquier residuo metafísico en la explicación de los procesos naturales. Sin embargo, y como desvela la dialéctica del materialismo, Gómez Pereira no llegó a su teoría partiendo de premisas materialistas, sino todo lo contrario.

Marcelino Menéndez y Pelayo llama a Gómez Pereira "reformador científico del siglo XVI". Un buen epitafio.