Tal vez sea Javier Arenas el último soldado del aznarismo. Un tipo al que Rajoy tiene previsto eliminar en breve. Seguramente por el método favorito del jefe: no dar pistas ni señales, obviar, ningunear, cansar al otro. O sea, el método empleado con Mayor Oreja, del que se ha deshecho, como era su idea, pero sin necesidad de enfrentar una cruda conversación. O no. A esta alturas, Javier Arenas ha maniobrado en el PP contra todos y a favor de todos. Pero tuvo suerte u olfato y puso al PP andaluz a disposición de Rajoy en varias lizas. También su capacidad seductora para con otros barones. Una de ellas, el congreso de Valencia del año 2008, que supuso el auge del actual presidente del Gobierno. Rajoy sopesa. Es uno de sus deportes favoritos tras el ciclismo y el fútbol. No faltan fuentes del PP andaluz que vaticinan que Arenas será temprano o tarde ministro. Esas y otras fuentes no dudan en corroborar, cada vez menos en privado, que la guerra entre Cospedal y Arenas por influir en el partido en Andalucía se ha trasladado a Madrid, a una contienda por no perder el apego de Rajoy. Éste ha frenado por dos veces la designación prevista por parte de Cospedal de José Luis Sanz, alcalde de Tomares, como candidato popular a la Junta. Arenas 2, Cospedal, 0. Contraviniendo todas las normas, habrá prórroga. La capacidad de Arenas para reinventarse es proverbial. No inédita en política pero sí asombrosa. Cuida a los suyos con delectación. Raro es el concejal, alcalde, diputado, periodista, empresario, catedrático o dirigente vecinal andaluz al que Javier Arenas no ha palmeado la espalda y ha dicho dicharachero, ´te llamo y comemos´. Ocho provincias, ocho. Lo interesante es que nunca ha dejado de hacer eso mismo en la Corte, donde, como integrante de los maitines, senador, paseante o vicesecretario nacional no ha dejado de pasar al menos un día a la semana desde que es relevante. Pleistoceno anterior. Aznar lo tuvo como uno de sus necesarios en el proyecto político. El factor andaluz. El gran negociador también. Con los sindicatos en su época de ministro, por ejemplo. A Aznar puede que le hiciera gracia Arenas en contraste con las formas más firmes, tajantes y asertivas de Cascos. Arenas hacía de anfitrión a veces de los Aznar en la Costa del Sol, uno de los lugares donde suele descansar y hasta tiene lazos familiares. En una urbanización no muy lejos de donde ahora el expresidente acaba de adquirir un casoplón. Alguna vez se barruntó allí una estrategia política sobre conflicto interno de partido en la que Arenas haría de poli bueno y Cascos daría primero los puñetazos en la mesa. Ahí ha perdido la derecha un tándem al estilo Alfonso y Felipe. La derecha ha sido siempre más de líderes absolutos. En España, queremos decir. Arenas, para quien la política es el oxígeno, que echa de menos a su familia pero que no soporta un domingo sin actividad, tiene la virtud de estar siempre presente, cosa sustancial en política. De ocupar espacios, de parecer siempre que está como Pedro por su casa. En tú casa e invitando tú. Su pensamiento político es basculante y amoldable. Pocos principios. Y flexibles. Un nebuloso democristiano en un país sin democristianos si exceptuamos a Gallardón y Oreja, que han acabado siendo también víctimas de Rajoy. Euroarrojado por la ventana. Achicharrado el otro. Hábil el presidente del Gobierno, y sus comunicólogos, afianzando el marco mental Ley Gallardón, que es una de las grandes ideas de Rajoy para esta legislatura. A casi todos los dirigentes se les ha puesto en el aprieto de pronunciarse sobre esa Ley. Menos a Arenas, maestro en dar titulares. En callar también. La quema para otros. Está vivo y en primer tiempo de saludo. Soldado que no sabe vivir sin estas guerras.