La ley del PP que "desuniversaliza" la justicia ha tenido en contra a toda la oposición. Considerando los porcentajes de población representados en el Congreso, la práctica mitad de España impugna por retrógrada la norma derechista que vuelve a negar el humanismo social en la ideología que gobierna el país. Comentarios como "¿qué se nos ha perdido en el Tíbet?" o "ya está bien de hacer el quijote" ilustran la miseria moral que intentan infundir disfrazada de pragmatismo. Las amenazas de China, principal acreedor de la deuda pública española, contra la judialización de la barbarie medieval consumada contra los tibetanos se hacen públicas en coincidencia con la votación parlamentaria que ratifica la contumacia de las "dos Españas".

"Homo sum, humanus nihil a me alienum puto", escribió Terencio 65 años antes de Cristo: Soy hombre, y nada humano puede serme ajeno. Nuestro Unamuno, ayer como quien dice, abre su Del sentimiento trágico de la vida (tan español) concretando el genérico humano en el específico hombre: Ningún hombre puede serme extraño. Al PP le son extraños millones de hombres que han sido víctimas de genocidio en Tíbet, Sahara, Guatemala o Ruanda. Y restringir la justicia universal a la defensa de los españoles asesinados en el extranjero tampoco garantiza la condena de asesinatos como el del periodista José Couso, responsabilidad de la que EE UU pasa olímpicamente. Es muy grave que la disciplina de partido someta el voto en conciencia de los diputados, como se ha visto con la entrada en la guerra de Irak y vemos ahora con las restricciones a una ley del Consejo General del Poder Judicial, la propuesta de ley antidesahucios, la del aborto, etc. La separación de poderes es un cuento y la razón suprema de la partitocracia una triste realidad. Así nos va.

Basta una amenaza económica o política para que el gobierno se pliegue en detrimento de la conciencia responsable que antepone el ideal humanista a las conveniencias coyunturales. Esta forma de perversión empobrece incalculablemente nuestra democracia, como expresión que es de un despotismo aritmético que se subordina a los imperialismos aún ejercientes. Lo más noble de la idiosincrasia española se describe en el símbolo inmortal del Quijote, y despreciar el qiuijotismo es impugnar nuestra esencia. En términos realistas, la solidaridad y la generosidad están en nuestro ADN. Negarlo por no irritar a los poderosos es tanto como desubicarnos en el todo global con resoluciones lacayunas. De ahí el valor moral del compromiso de abolir las normas contra natura cuando cambie el signo de la mayoría.