Un tercio de la población francesa simpatiza con el Frente Nacional, que es el "lepenismo" o ultraderecha antieuropea y xenófoba. El resultado de un referéndum obliga a Suiza a cerrar la frontera a los trabajadores europeos, cosa que -por ahora- no ha logrado Marine Le Pen pero es un punto central de su programa. Esta aberración contra la norma constituyente de la UE es defendida en Reino Unido por el partido de Nigel Farrage y otros que comparten con la líder francesa el propósito de salir de Europa. Si hablamos de distintas democracias -Austria, Italia, Noruega, Hungría y la propia Alemania pese a su reciente pasado- el nacionalismo excluyente y endogámico gana posiciones a ritmo acelerado. Los que pensamos de otra manera tendremos que validarlo el 25 de mayo acudiendo en masa a las urnas, porque la abstención sería la gran oportunidad para los disciplinados ultras. Imaginemos lo que puede ocurrir en el Parlamento Europeo precisamente cuando sale del limbo y estrena de lleno la potestad colegisladora.

Sin prejuzgar el valor de las personas, la designación de Elena Valenciano como cabeza de la lista del PSOE limita las posibilidades de movilización. Esas dudas nacen de algo tan claro como la impotencia de Rubalcaba para remontar la crisis socialista del interior, en la que el perfil de la candidata, rubalcabista al cien por cien, tiene su cuota de responsabilidad. Ramón Jáuregui, posible número dos, tiene personalidad propia y bien probado talento parlamentario. Pero sorprende que releguen al tercer o cuarto lugar a quien, como López Aguilar, ha sido uno de los líderes de la legislatura que llega a término, marcando su presencia con un protagonismo de primer nivel en la cámara y en sus excelentes libros teóricos y políticos, siempre forjados en la inequívoca fe europea. Suplir lo evidente con lo hipotético no parece la mejor política cuando esa fe toca a rebato.

La decadencia de los grandes partidos europeos no propicia el nacimiento de otros capaces de sostener los principios democráticos en su integridad. Lejos de ello, potencia los totalitarismos agazapados en espera de su gran momento. En España está por ver la identidad ideológica de nuevas marcas, como Vox, aunque su incipiente recorrido no sea un riesgo para las urnas de mayo. Pero está tardando la sustitución de la fase declarativa (más Europa, etc.) por la verdaderamente movilizadora de un voto de mayoría que quedará muy tocado si la dejan para el último instante. El próximo parlamento comunitario no puede engolfarse en el dilema "Europa sí, Europa no" sin grave riesgo de que la legislatura siguiente sea la de la Antieuropa. Los de esta tendencia son hábiles en aprovechar los recursos de la democracia y su crecimiento ya no es desiderativo sino real.