Tenemos un cine, se supone que español, y unos premios, Goya, en honor a ese pintor aragonés que lo puso todo en sus pinceles para que aconteciera la pintura moderna. Se entregan un poco antes que los tan conocidos Oscar, y creo que eso condiciona tanto la ceremonia como los galardones. Pero hete aquí que este año al ministro de la cosa, de apellido Wert y de nombre José Ignacio, se le ocurrió no ir a la ceremonia, y se convirtió en triste noticia y exclusivo pretexto para cargar contra un gobierno, el de España, que ha demonizado el cine de una manera un poco inconsciente. Porque como dijo el galardonado David Trueba, en ese mundo hay gente de todo pelaje y condición, y de variada ideología. Pero las mesnadas de nuestra controvertida derecha en el poder parecen no enterarse, mal que nos pese a todos los que creemos que nos vendría muy bien tener en este país a un partido conservador parecido, por ejemplo, al británico de Cameron, capaz de invitar a la emoción y al diálogo hasta a los independentistas escoceses. Los cineastas que acuden a los Goya suelen hacer más oposición que la propiamente dicha que se instala en la congreso de los diputados. Pero este año no fue así, dígalo Juan o su porquero, porque primó la moderación por encima de las soflamas y, aparte de alguna contundencia de Javier Bardem, todo fue muy moderado.

Sorprende, pues, la reacción ultramontana de políticos conservadores y medios afines. Se olvidan de que el cine es sólo cine y de que lo único que pretenden sus profesionales, piensen políticamente lo que piensen, es trabajar en unas condiciones dignas para lo cual las administraciones públicas pueden hacer mucho más de lo que predican. Es así de sencillo. Si la realidad es tan mala que solo queda refugiarse en la ficción, como casi dijo el presentador de la gala, Manel Fuentes, ¿por qué no hacerlo? Pero la ficción tampoco es tan buena: Las brujas de Zugarramurdi muy premiada en lo técnico y despreciada en lo artístico, es un delirio insoportable a partir de la primera media hora de película. La cinta de Trueba, de excelente factura en guión y dirección, resulta tan naif como lo bien que nos cae su creador. Se ha dicho que tenemos el cine que nos merecemos, como país y como personas. No estoy de acuerdo: tenemos el cine que hacen los mejores creadores de nuestra degeneración, y no les pidamos más. Si hubiera algo más, saldría, aun con crisis, y no sale porque no existe. Pero, a pesar de todo, démosle una oportunidad a la paz, señor Wert.