Un momento, un momento. Allá enfrente, a unos cuarenta metros, varias docenas de personas se agitan en el mar, algunos manoteando desesperadamente, otros agarrados a un pedazo deshilachado de salvavidas, gente exhausta, que intenta aproximarse a la costa porque se están ahogando, pero lo que hace un destacamento de la Guardia Civil es disparar pelotas de goma y cartuchos de fogueo para trazar sobre las olas una línea que dibujara, a base de salpicaduras, la frontera española. Así que estas personas están ahí, agonizando de miedo, ahogándose, muriéndose, y la Guardia Civil lo que hace es disparar pelotitas de goma, con mucho cuidado, por supuesto, para no causarles daño a los inmigrantes antes de que murieran ahogados como perros.

Ahogados como perros.

El director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, se ha indignado mucho y ha anunciado que denunciará a quien quiera que intente mancillar el honor del instituto armado. Apúnteme usted si quiere en su larga lista, Fernández de Mesa, porque el simple relato de los hechos ofrecido por el ministro del Interior -contradiciendo sus propias mentiras- es el retrato estremecedor de una miserable villanía. Hace horas debió dimitir el señor Fernández de Mesa, acompañando a ese santo varón, el ministro del Interior, cuyas advocaciones a Santa Teresa son cada vez más confusas: por la coherencia de su discurso creo que se refiere al ron y no a la escritora. El primer paso sería que dimitieran ambos pero después deberían ser procesados judicialmente. Ambos sí han traspasado una frontera: la que separa el cumplimiento de la legislación vigente de una canallada que exige ahora no únicamente la impunidad, sino el aplauso, con una retórica chulesca y parapetada en los heroicos sobacos del Duque de Ahumada. Catorce cadáveres se han recogido (hasta ahora) junto al espigón de Ceuta.

Ahogados como perros.

Ahí plantados en acto de servicio por Dios y por España, disparando sus fusiles sin ánimo de ofender, herir o molestar, por supuesto, porque eran descargas meramente informativas, una pequeña y ruidosa lección de geografía al amanecer, mientras se hundían en el mar para no ver nunca más la luz del sol. Todos sabemos (y ellos también) el nombre que merecen los hombres que, impávidos, dejan morir a otros hombres mientras gritan auxilio y compasión.

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