Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor; el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios. (Eduardo Galeano)

Ya no tengo el ímpetu de antes ni, claro, el tiempo. Hay tantas batallas que librar, que no doy abasto: la reforma de la ley del aborto, las privatizaciones y/o recortes, el túnel oscuro de la tarifa de la luz, el endurecimiento de las condiciones laborales y profesionales y hasta las prospecciones petrolíferas en aguas canarias. Tengo que seleccionar mis batallas porque mi corazón, defendiéndose del colesterol, ya no resiste tanto sobresalto: Estoy súper mayor. Y en mi prioridad para la lucha está la Educación y la última decisión de la Consejería: la supervisión de los centros educativos. Parece que no es progre criticar el proceso de supervisión iniciado en estas semanas por la Inspección Educativa, pero tengo el inmenso honor de dirigir un centro con 1.173 alumnos y alumnas que incluye Aula Enclave (magnífica aportación al centro), ESO y PCE, Bachillerato y 5 familias profesionales. Imparto Historia de la Filosofía a dos grupos de 2o de Bachillerato (cosas del querer o del directo) participamos en un montón de proyectos: Sistema de Gestión de Calidad, Red de Escuelas Ecológicas, Proyecto de Huertos Urbanos, Experiencia de Técnicas de estudio para 1o de la ESO, Proyecto de Mejora de la Convivencia Escolar. Se están acreditando dos compañeras, una en Prevención de la Violencia de Género, otra en Mediación en Conflictos Escolares; nos coordinamos con el Ayuntamiento en un proyecto de Formación para Emprender (ADHA) Alianza para el Desarrollo de Habilidades y Recursos) participamos en las Olimpiadas de Economía, Matemáticas, Automoción y Filosofía y hasta en el Día de las Letras Canarias con otros 3 Institutos con nombre de escritores canarios (magnífica idea del Pérez). Me siento absolutamente legitimada para debatir con quien haga falta ésta y cualquiera otra cuestión sobre la realidad educativa de nuestros centros y de nuestras aulas.

Sirva el párrafo anterior para contextualizar este escrito, pasemos ahora al núcleo del debate. La supervisión está planteada desde los ámbitos correspondientes con dos claves: 1. A partir de sus objetivos que, según intentan aclarar, es mejorar la praxis docente 2. Desde lo que no quieren que parezca: control, fiscalización o persecución. Pero lo cierto es que se pretende alcanzar ese objetivo de mejora homogeneizando y estandarizando prácticas educativas sin atender a la diversidad y las especificidades de centros y contextos, y, además, desde un protocolo elaborado sin colaboración de todos los intervinientes ni previa consulta a los mismos. Y la definición negativa se realiza a pesar de que, la mayoría de los términos que usan para decir lo que no es supervisión, sean sinónimos del mismo. Parece tratarse, entonces, de una súper visión de la realidad educativa con cuya sola mirada, como ojo divino, inocula la mejoría en las aulas.

En este debate subyacen dos bloques de cuestiones: el diagnóstico y el tratamiento, la necesidad de mejorar y los instrumentos, la Escuela y la Calle (con mayúscula ambas dos). Es terrible que las medidas para mejorar la enseñanza se dirijan exclusivamente a la supervisión del profesorado. Carece del más mínimo rigor científico y político, que no se atienda más que a un factor de entre la multicausalidad que supone la realidad educativa, que no haya un paquete de medidas en marcha relacionadas con las ratios, las infraestructuras, la autonomía organizativa de los centros o la atención a la problemática social agazapada tras los problemas de aprendizaje o de disciplina. Y es en el afrontamiento de esta última cuestión, la más escandalosamente grave de cuantas inciden en nuestras aulas, en la que quisiera poner el foco. El contexto de enseñanza-aprendizaje con el que nos enfrentamos las y los docentes hoy, está impregnado de desestructuración y desestabilización de las familias, los barrios y las ciudades. No se arregla con pagar desayunos o abrir comedores en verano, hay situaciones personales diarias, cotidianas, de frustración familiar que no se atienden desde el 1,20 euro del bocata y el zumo. Hay una realidad terriblemente compleja que nos atenaza y que aumenta espectacularmente en cantidad y cualidad: alumnado de centros de acogida, con medidas judiciales, o en sus casas viviendo un drama de desempleo y banco de alimentos. Me pregunto si cuando se vaya a sentar la pareja de inspectores/as al fondo del aula a mirar la coherencia de las programaciones, vislumbrará, ni de lejos, la incoherencia de un sistema social que está haciendo de todos los centros, centros de atención preferente en materia social; que está haciendo de un alto porcentaje del alumnado, no un alumnado con necesidades educativas, especiales o no, sino un alumnado con necesidades sociales urgentes que las y los docentes no tenemos los recursos suficientes para ni siquiera encauzar.

Y es que la cosa es así: te tienen unas semanas en vilo, te toca o no te toca, al azar, la suerte hecha metodología de trabajo; mandan un protocolo donde plantean la dinámica, involucrando la presencia en el aula de directivos del centro bajo la excusa de que son parte del proceso, proceso al que no nos han invitado antes para hacer aportaciones (súbete a la ola de la vida? cuando está rompiendo en el marisco). Van a reunirse con jefes de departamento y coordinadores de ciclo para ver la coherencia de la documentación, intentando comprobar la lógica de un sistema educativo que navega entre la marejada a fuerte marejada de un irracional, profundamente desigual e injusto sistema social. Entrarán en el aula donde al alumnado disrruptivo, víctima de su propia coyuntura familiar y personal, se le peinará hasta la raya a un lado en cuanto sientan en la nuca el aliento de los inspectores, se portarán como santos, desnaturalizando nuestra guerra diaria con ellos/as, haciendo del contexto en el que se desarrolla la súper visión un contexto artificial. Y, entonces, unos señores, y algunas señoras, gente estupenda, algunos me honran con su amistad, que hace mucho que no están en un aula, valorarán mi praxis haciéndome recomendaciones, o, en su defecto, me felicitarán. (Los inspectores) Luego elaborarán un informe con "recomendaciones para mejorar si se tiene que mejorar; si no, los felicitaremos", añade el inspector general. Se trata del pensamiento único pedagógico y de una suerte de pensamiento mágico que asegura que la presencia y las recomendaciones de la inspección, por sí mismas, mejora el proceso enseñanza-aprendizaje. En definitiva, la cultura del envase, del papel, de las apariencias. He visto especialistas en competencias básicas creando inseguridad en 2o de Bachillerato ante la PAU, conozco compañeros/as con una exquisita y milimétrica coherencia documental y el mismo fracaso escolar que el resto. La coherencia curricular documentada, no digo que no sea necesaria, sólo sirve para objetivar y justificar mejor una calificación, no para mejorarla. Parece más un asunto para acallar conciencias que un enfrentamiento real de la situación que se vive en los centros. Este asunto no me gusta, he debido de dejar de ser progre, pero una cosa: Yo SÍ quiero mejorar. Y es que con este tira y afloja sobre supervisión sí o no, se vuelve a situar el debate donde les interesa a algunos/as: en nuestra profesionalidad, lo que cobramos, nuestras vacaciones? Lo que le llega a la sociedad es que no queremos que nos vigilen por mucho que las "excusatios non petitas" de la Inspección, manifiesten accusatios de lejos.

Resumiendo: Estoy dispuesta a que supervisen mi centro, pero todo: las condiciones de nuestras instalaciones y mobiliario: cubiertas, canchas, extracción de gases, mesas, sillas? la problemática social del alumnado y las dificultades de organización. Tienen que entrar ya en los centros educativos, profesionales del ámbito social (trabajadores/as sociales, educadores/as sociales, psicólogos/as clínicos?) que atiendan una realidad que nos desborda total y absolutamente. La cultura colaborativa, de coordinación y la necesaria reflexión es imposible con más de 30 alumnos/as en el aula y con el número de horas lectivas, además sin la posibilidad de adaptar realmente la programación ni reestructurar la organización. Estoy súper dispuesta a que entren en mi aula todo el profesorado del Universo con el Consejero y el Inspector General a la cabeza, pero que esté viviendo lo mismo que yo, que me entienda y, a partir de ahí, que me recomiende todo lo que quiera para una mejoría real y no de envase, porque yo sí quiero mejorar.