Lectores que me siguen me preguntan algo extrañados si hay alguna razón por la que he dejado de escribir en mis columnas sobre la actualidad política. La hay. Después de un sueño, mi psicoanalista, yo mismo, me recomendó que lo dejara. En el sueño, un nervioso Felipe González acudía a mí y a mi amigo Javier Puig, uno de los mejores expertos en comunicación política que conozco, para que le lleváramos la campaña de las primarias como candidato a la presidencia del gobierno por el PSOE. Me desperté sobresaltado y actué en consecuencia: la desesperación de la realidad se estaba convirtiendo en angustiosa impotencia.

"Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario," escribió Antonio Machado, que hace ahora 75 años murió en el pueblecito francés de Coilloure, triste y muy derrotado. En 1981, como profesor de literatura española de bachillerato, organicé una excursión a Coilloure con mis alumnos. Lo había preparado todo de manera concienzuda, eso creía, aunque se convirtió en un pequeño fracaso porque falló la parte francesa. Contacté con la "Fundación Antonio Machado" y su representante en Coilloure, el señor Pérez Valiente, que tenía su oficina en el ayuntamiento de la villa. Todo correcto y perfecto: hora de llegada, visita a la tumba en el cementerio, nos abrirían el hotel Bougnol-Quintana, donde moró el poeta en sus últimos días con su familia, una pequeña charla, y visita completa. Pero no fue así. Cuando llegamos a Coilloure, el señor Pérez Valiente no estaba en el Ayuntamiento y nadie nos esperaba. Por fin, me dieron el teléfono de su casa, "como no me confirmó nada por escrito, entendí que ya no iban a venir. Lo siento mucho, hoy no puedo estar ahí." Y colgó y me dejó colgado. Mis alumnos no eran precisamente muy machadianos ni muy pacientes, con lo cual, ante la desesperación por no decir la mofa reinante, improvisé la visita al cementerio, que sí estaba abierto, conté lo que pude y sabía sobre el poeta, nos dirigimos al hotel y, al menos, lo tocamos y visitamos en sus exteriores, y ahí se acabó la jornada. Quedaba mucho tiempo libre sobre el horario previsto, que se cubrió con la comida y con una visita fuera de programa a Perpignan, que todavía tenía cierto morbo. Volví a Barcelona cariacontecido y hundido en el asiento del autobús. En el trayecto, una alumna me dijo: "No te preocupes. Todo ha ido muy bien. Además, no sabíamos nada de la vida de Machado; después de esta visita, jamás olvidaremos porqué está aquí enterrado."