Orson Welles avisó. Su famosa emisión radiofónica La guerra de los mundos fue correctamente presentada como un programa de ficción basado en la novela homónima de H. G. Wells. Ocurrió que un cierto número de oyentes comenzaron la audición con el espacio ya en marcha, se asustaron y contagiaron su alarma. De ello hace 75 años, y el episodio demuestra que ya entonces la comunicación audiovisual era objeto de un consumo fragmentario y aleatorio, lejos del canon de libros y artículos de prensa que siempre se empiezan por el principio.

Orson Welles también avisó, aunque más sutilmente, en su película F for Fake, de 1974, un documental sobre el mundo de las falsificaciones. Hacia el principio de la narración el propio Welles anunciaba que todo lo que iban a ver los espectadores en los siguientes sesenta minutos era verdad. Y cumplía su palabra: las invenciones comenzaban transcurrida una hora del anuncio, y la parte final del filme era una completa ficción, tras la cual el director explicaba el truco a los espectadores: "durante los últimos 17 minutos he estado mintiendo".

Jordi Évole no avisó de que se disponía a llevar a los espectadores por la senda de la falsificación en un tema tan sensible como el 23-F, excepto si la frase promocional: "¿puede una mentira explicar la verdad?" se puede considerar como un aviso de que nos iban a colar una ficción con los códigos formales del periodismo de investigación. No avisó antes, y un gran número de espectadores creyó de buena fe en la veracidad de lo narrado porque, al fin y al cabo, nunca han dejado de escucharse voces que ponen en duda las versiones oficiales del golpe de estado. "Ya decía yo que estaban todos compinchados", era la reacción. Twitter se llenó de comentarios en este sentido, que sus usuarios se apresuraron a borrar al cabo de unos minutos.

¿Cuál es el resultado final del "experimento televisivo"? Uno es que Évole ha demostrado sus capacidades, por otra parte ya conocidas, para contar historias de una forma que atrapen al espectador. Un segundo resultado puede ser la ridiculización de las teorías conspiratorias sobre el 23-F, lo que redunda en el prestigio de la verdad oficial y perjudica a las investigaciones honestas sobre los extremos dudosos del episodio. Y un tercero es la extensión de la desconfianza general hacia lo que cuentan los medios, lo que a su vez puede ser bueno o malo, o ambas cosas a la vez.