Desde los satélites, África apenas se ve de noche si la comparamos con EE UU, Europa, las ciudades chinas o indias. No es que no haya gente en ese continente, habitado por más de mil millones de seres, pero los espacios están en penumbra. Pues la luz delata desde el espacio las áreas del desarrollo, la luz delata prosperidad. Y hablando de prosperidad, la Europa más rica tiene un problema, pero desde el principio ese problema fue transferido por razones de fatalidad geográfica a Canarias, Ceuta, Melilla y Lampedusa: las fronteras que separan la miseria de la posibilidad de comer, las fronteras con mayor desigualdad social del planeta, el eterno Sur y el eterno Norte. Por esa desigualdad tantos se ponen en pie para cruzar los desiertos y someterse a las mafias, aunque les vaya la vida en el empeño. Cuando en un televisor subsahariano contemplan la publicidad de mil colores, los desesperados se echan al mar ignorando que aquí también hay pobreza, que nosotros también emigramos al Norte alemán, escandinavo o inglés. Luego la UE mira para otra parte y confiere la represión exclusivamente a quienes fueron condenados a guardar las puertas del edén, los seguritas del continente. Y así nos va, inútil pedirles a los centroeuropeos o a los finlandeses que nos ayuden a hacernos cargo de la que se nos viene encima. ¿Acaso Europa es otra cosa que una poderosa red de intereses económicos?

Nos hemos escandalizado con los muertos de Ceuta sin querer acordarnos de que episodios similares se han dado cien veces, y se repetirán otras tantas, incluso aquí. El ministro del Interior explicó en el Congreso que "el grupo de inmigrantes, compuesto de forma mayoritaria por jóvenes de complexión atlética, mostraba una inusitada actitud violenta, agrediendo continuamente con palos y piedras al personal del Ejército marroquí que trataba de contenerlos". Qué florido argumentario, qué simplicidad acusar a los inmigrantes de ser fornidos atletas y resolver que el problema se soluciona con mucha Guardia Civil y disparos sobre el agua. ¿Quién es responsable de estas víctimas? Aquí también sabemos de cayucos y pateras, de actuaciones sospechosas de la autoridad, con muertos cuando están a punto de alcanzar la orilla, cuerpos anónimos que nadie reclama.

Estima la Unesco que pasarán 150 años antes de que África pueda alimentar a sus ciudadanos. Y en medio de guerras tribales alentadas por los antiguos colonizadores el hambre expulsa a los mejores, esos que invierten el ahorro familiar para huir. No es algo nuevo: siendo carne de cañón durante siglos, los africanos aportaron a occidente su sangre, sus recursos, su labor. Con la esclavitud creció EE UU, con ella Inglaterra impulsó su Revolución Industrial, sin olvidar que también fuimos punto de apoyo en ese comercio, apellidos canarios y españoles participaron en el festín de la compraventa de humanos. África exprimida por las potencias coloniales: en 1879 le regalaron el Congo al rey de Bélgica. Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Portugal ocuparon territorios. A España le tocaron migajas: la parte más pobre de Marruecos, el Sahara Occidental y Guinea.

¿Tendrá África la paciencia que recomienda la Unesco para poder alcanzar la dignidad? Lo dudamos. Habría que conseguir que la juventud nativa pueda realizarse en sus propios países, pero eso exige grandes inversiones en educación, en crear oportunidades de trabajo. La nueva esclavitud se pone en marcha cada mañana, si llegan con vida estos seres vivirán hacinados, serán mano de obra ilegal para empresarios sin escrúpulos, algunos caerán en la delincuencia, sobrevivirán difícilmente. Aun sabiéndolo, preferirán venir.

Occidente no solo extrae cuantiosos recursos -petróleo, gas, uranio, madera, caucho, marfil, oro, diamantes- sino que continúa destruyendo economías que fueron autosuficientes, en los procesos de independencia impuso fronteras artificiales, fraccionando comunidades ancestrales. Así estallan conflictos y hambrunas, campos de refugiados, epidemias y sequías. Pues la emancipación de las colonias de mediados del siglo pasado en realidad avivó los conflictos, incentivó la penetración de las multinacionales, asentó los mecanismos crediticios que compran el alma a pueblos enteros, asentó una nueva tiranía. Europeos y norteamericanos alentaron a dictadores y políticos corruptos para aplastar a los dirigentes comprometidos con las causas populares. Poco importa la moralidad y el respeto por los derechos humanos mientras las arcas estén abastecidas, a los enfrentamientos fratricidas les suceden dictaduras sangrientas y golpes militares. Otro factor que distorsiona es la incursión de "fuerzas pacificadoras" que suelen intervenir para proteger los intereses de las corporaciones occidentales y sus aliados locales. Estos intereses engendran una corrupción generalizada en todas las esferas del poder y el poder se apropia de las ayudas humanitarias enviadas por organismos vinculados a Naciones Unidas, gobiernos europeos y ONG. Medicinas, alimentos, donaciones enteras no llegan a sus destinatarios sino que aparecen en los mercados callejeros. Tal vez el problema radique en que Dios es blanco y está lejos.