Italia tiene ya su rottamatore en Matteo Renzi, un hombre dispuesto en principio- ya se verán después los resultados- a "desguazar" el corrupto e inoperante sistema político de aquel país.

Es lo que allí llaman despreciativamente "la casta" y a toda la cual el cómico y demagogo Beppe Grillo dice una y otra vez querer mandar a casa.

Aquí, sin llegar seguramente a la gravedad italiana, necesitamos, si no un "desguace", sí al menos una gran sacudida al sistema de partidos que acabe - y no sólo de boquilla- con la corrupción en sus filas, ponga fin a sus listas cerradas y bloqueadas, a la disciplina perinde ac cadáver y los abra de par en par al aire de la calle.

En las manifestaciones que se han venido sucediendo a lo largo de los últimos años, uno escucha una y otra vez corear a la gente en las calles eso de "No nos representan". Un grito alarmante, casi diríamos que letal, en una democracia.

El gobernante Partido Popular se dedica con auténtico tesón y bajo el pretexto de que lo impone la globalización a la tarea de reformar el sistema según las conocidas recetas neoliberales: desregulación y financiarización de la economía, privatización de lo hasta ahora público, abaratamiento de la mano de obra y del despido, todo ello bajo el mantra de la necesaria competitividad.

Y mientras tanto ¿qué hacen desde la oposición los dirigentes del Partido Socialista? Denunciar unas medidas que, al menos en parte, ellos mismos acometieron, aunque fuese vergonzantemente o por imposición desde fuera, cuando gobernaban, pero de las que hoy parecen finalmente arrepentirse.

Eso facilita el que, a cada acusación que dirigen al Gobierno del Partido Popular, éste tire de hemeroteca y les conteste que ellos también hicieron lo que ahora critican. Un espectáculo poco edificante que no nos lleva a ningún sitio, difícil de soportar por los ciudadanos, quienes esperan algo más que una sarta de mutuos reproches.

Lo más frustrante para cualquier votante de la izquierda moderada es el empecinamiento de la dirección del Partido Socialista, incapaz de reconocer a qué se debe sobre todo el que no parezca capaz de aprovechar el desgaste del partido gobernante, que, sin embargo, no deja de tomar medidas para, en este caso sí, "desguazar" el sistema de garantías ciudadanas.

Parece en efecto que nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, pues con un secretario general corresponsable de muchos de los errores de los gobiernos socialistas anteriores y en especial de la errática gestión de Zapatero será imposible que el principal partido de la izquierda recupere la confianza de quienes una vez le dieron su voto.

¿Es tal el sentido de la disciplina - o el temor a no salir en la próxima foto- que, al igual que ocurre en el Partido Popular, nadie se atreve a poner en cuestión al actual liderazgo? ¿Cuántos nuevos batacazos habrán de darse aún antes de que, como en el cuento de Andersen, alguien se atreva a decir en voz alta que el rey está desnudo?