El papa Francisco reconoce la santidad de José de Anchieta, natural de nuestra tierra canaria, miembro de la Compañía de Jesús. Será el segundo canario canonizado después del Hermano Pedro. Como él, también será un hijo de estas islas que vivió la mayor parte de su vida en América. A día de hoy, un puñado de jesuitas canarios trabaja también en América Latina: en Paraguay, en Ecuador, en Brasil. Del mismo modo, un pequeño grupo de jesuitas, canarios y no canarios, vive y trabaja (vivimos y trabajamos) en nuestro archipiélago.

De los jesuitas canarios, Anchieta es el primer santo. Hay otros que vivieron y murieron como hombres extraordinarios, como el palmero Arce Rojas (asesinado en el Paraguay de comienzos del siglo XVIII) o el conejero Marcos Figueroa (portero del colegio de los jesuitas de Santa Fe, en Argentina). Pero la figura de Anchieta resalta sobre todos nosotros. Probablemente, la imagen que encontramos a la entrada de San Cristóbal de La Laguna, su ciudad natal, modelada por el italo-brasileño Bruno Giorgi y erigida en 1960, refleja algunos de los rasgos de su personalidad: el bronce muestra a un caminante que se apoya en un cayado, que bendice con su mano y que ladea la cabeza tratando de ver su entorno.

Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús para, tal y como lo dejó escrito en las Constituciones de los jesuitas, "discurrir por el mundo". Esa movilidad caracterizó a los primeros compañeros y sigue siendo una característica fundamental de la Orden: agilidad para atender donde sea necesario y la universalidad como única patria. Los jesuitas queremos, efectivamente, servir a quien más lo necesite, sin importar el lugar, la nación, la religión o la opción política. Aunque apreciamos la identidad local y el sentimiento nacional, nos reconocemos ciudadanos del mundo y, como Anchieta, queremos ser capaces de caminar más allá de nuestras patrias. El caminante Anchieta nos puede seguir inspirando hoy.

Su rostro que se gira, con la mirada vuelta hacia su entorno, nos habla también de lo que los jesuitas queremos vivir hoy: atentos a un mundo en el que nos encontramos a Dios presente, un mundo cambiante, un mundo que es percibido no tanto como un peligro, cuanto como una oportunidad. Para estar en ese mundo, la formación y el estudio siempre han querido ser característica de los jesuitas. Pero no bastan los libros: se hace necesaria una permanente actitud de búsqueda -una espiritualidad, que no espiritualismo-, que reconoce sólo Dios como absoluto y que, por tanto, no se entrega a ninguna visión política o cultural, económica o científica. Si Dios es lo único absoluto, todo lo demás, hasta nuestras propias instituciones y comunidades, todo es relativo.

No exactamente todo. La mano de Anchieta, que bendice mientras camina, nos pone de manifiesto que todo el saber, todo el caminar, toda la agilidad de Anchieta se enfocaba a bendecir. Los pueblos indígenas de América Latina, que probablemente recordaron al joven Anchieta a aquellos guanches con los que se cruzó en las calles de La Laguna, eran hijas e hijos de Dios, hermanos y hermanas, hombres y mujeres por los que merecía la pena darlo todo. El intelectual, científico, lingüista, dramaturgo, poeta, el maestro en teología, el religioso y humanista no entendió nunca a los indígenas como salvajes, sino como hermanos y hermanas de los que aprender y con los que compartir el Evangelio.

Así pues, la universalidad, la preparación y la búsqueda, y la apertura al hermano se muestran como características que pueden seguir inspirando hoy a toda persona y, por supuesto, a quienes queremos vivir al modo de la Compañía de Jesús. Los jesuitas en Canarias tenemos la suerte de compartir nuestra misión con muchas otras personas, trabajamos en la educación a través de dos grandes instituciones, el casi centenario Colegio de San Ignacio de Loyola y Radio Ecca, que cumple sus primeros cincuenta años en unos meses. Colaboramos con el mundo de la cultura también a través del Centro Loyola, un centro de diálogo, fe y cultura. Compartimos nuestra esperanza en las dos casas de espiritualidad con las que estamos comprometidos: Casa Manresa en Tacoronte y Los Lagares en Tafira. Colaboramos con el voluntariado de Entreculturas, una ONG orientada a la cooperación al desarrollo. Apoyamos a Intermon (ahora Oxfam) nacida también de nuestra inspiración. Prestamos servicios pastorales en la Iglesia de San Francisco de Borja y en las parroquias y centros a los que nos llaman. Son muchas cosas, todas, llevadas a cabo en colaboración, en alianza, con otras personas, con otras instituciones. Quiero subrayar esto. Al final, la estatua de Anchieta a la entrada de La Laguna representa a un caminante solo. Pero eso no es verdad. Anchieta siempre caminó con otros, con sus compañeros jesuitas, y con los pobladores de aquella tierra. Como también nosotros, los jesuitas de estas islas, ahora, en Canarias.