Cuando el editor de The Washington Post Harry Rosenfeld le dijo a un alto mando del periódico: "Ellos tienen hambre, ¿tú te acuerdas cuando tenías hambre?" no estaba comentando las ganas que tenían Carl Bernstein y Bob Woodward de llenar su barriguita. No. Se refería al hambre de información, de contar historias, de llegar al fondo de la noticia que tenían entre manos. Rosenfeld defendió a sus jóvenes reporteros porque los veía alejados de las fuentes oficiales y, por tanto, más cerca de la verdad.

Fue el hambre de Carl y Bob, su tesón y su trabajo posterior al desmentido del presidente Nixon, lo que los llevó a descubrir el caso Watergate, una trama de espionaje al Partido Demócrata dirigida desde las cloacas de la Casa Blanca. Los periodistas siguieron el consejo de su garganta profunda "siga el rastro del dinero" y lograron descubrir la conexión con el presidente Nixon de aquellos cinco falsos ladrones que fueron detenidos la madrugada del 17 de junio de 1972 cuando los descubrieron dentro de las oficinas electorales del Partido Demócrata en el edificio Watergate.

El hambre forma parte del oficio de periodista. Tradicionalmente es una profesión de pobres. Se suele pasar hambre de información y de estómago. En las sociedades poco democráticas el periodista gana más por lo que calla que por lo que cuenta.

Decía el periodista argentino Horacio Verbitsky que "periodismo es contar algo que alguien no quiere que se sepa, lo demás es propaganda". Si a usted alguien le cuenta que se ha hecho millonario ejerciendo el periodismo, no se lo crea. Algunos se ponen el traje de periodistas, pero si ganan una pasta gansa es porque están vinculados al aparato de propaganda de algún partido, alguna institución o alguna gran empresa.

Más de dos décadas de oficio me han ayudado a conocer bien cómo funcionan todos estos mandamases políticos que estos días han llorado por la muerte de Suárez porque (nos han dicho con cara de pena) "nos trajo la democracia y las libertades". Ese amor a la libertad de expresión termina cuando el medio la usa para criticar tu gestión. Entonces la libertad de prensa se ve como una maquinaria de manipulación al servicio de conspiradores, de gente ruin que obedece a oscuros intereses.

Pasa con todas las siglas. En ese gastado discurso el político a veces cuenta con periodistas que tienen la desfachatez de criticar al que informa. No me imagino a periodistas del New York Times criticando a los de The Washington Post para defender a Nixon. Conviene recordar que Nixon no dimitió por espiar, sino por mentir. Bob Woodward dijo que el presidente Nixon se había "atrincherado en el desmentido".

Veo que se me acaba el espacio de esta columna y sólo he podido hablar del periodismo y el jilorio. Cuando me senté frente al ordenador me apetecía comentar la interesante vida de José Miguel Bravo de Laguna como abogado de unos señores ricos que ha estado contando LA PROVINCIA y que investiga la Fiscalía. La cosa estalló porque los ricos están peleados, como siempre ha ocurrido en la historia. Cristóbal Colón fue detenido por Francisco de Bobadilla por los conflictos de intereses con otros conquistadores. Seguramente lo sabemos hoy porque algunos cronistas con hambre se hicieron eco de las denuncias contra Colón. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU reconoce el derecho a la libertad de expresión, opinión e información en su artículo 19, antes incluso que el artículo 25 que recoge el derecho a la alimentación. Qué apasionante es el oficio de periodista. Seguirá existiendo mientras haya periodistas con hambre. Aunque los abogados de los ricos piensen que el hambre es el demonio.