El calendario avanza a saltos con sus meses volanderos, y la Ciudad se trastorna con el paso de los días. Si ayer mismo parece que fue Navidad, con Triana, calle Mayor donde las haya, a tope de paseantes con chiquillería y menos bolsos de consumo por el percance de la crisis, en un santiamén la urbe toda se disfrazó de Carnaval, de norte a sur con su centenar de bullangueras carrozas, y de sur a norte con el cortejo sardinero de un fúnebre lagrimeo juguetón. Y ahora, sin dejar tiempo a un leve respiro, estamos pisando las alfombras de la Semana Mayor, ya sea en la apacible Vegueta, de piedras y campanas conventuales, o en los arenales de Las Canteras y Maspalomas, ensayando la puesta en escena del inmediato verano. Se aproxima el tiempo estival y la caída de todos los ropajes dejan al isleño en pelete, que viene de piel, con el torso desnudo al borde del oleaje costero.

Mis tertulianos habituales confiesan con desasosiego que el cuerpo no resiste tanto vaivén emocional y entusiasta en este clima tropical. Pero somos así, nos ajustamos con fanatismo a la inercia de lo establecido y aceptamos el programa sin rechistar. Lo importante es estar. Vivir en la acera, en el paseo marítimo o en la calle peatonal de los aledaños de Triana y de Vegueta, que tanta vida tienen, con sus terrazas pletóricas de mesas y sombrillas; con los olores del comistraje callejero que se ha multiplicado porque en tiempos de crisis todo el mundo quiere exhibirse en la calle, deglutiendo el bolo alimenticio, con un ojo en el plato y el otro en el transeúnte con la in-tención de ser identificado. La modernez lleva aparejada la exhibición.

Y la ciudad, medio creyente y medio descreída, se alonga hasta Triana y Vegueta para ver y vivir la tan canaria Semana Mayor. No hay que recurrir a los cronistas de antaño para dibujar las viñetas costumbristas de nuestras tradiciones. Cada época tiene su pluma. La de ahora es la del móvil, la del prodigioso iPad, la de la tableta o la del whatsaap. Y el Señor de la Burrita, nada más salir de San Telmo, ya está subido en la nube, volando por Internet en un milagro virtual gracias a que la avispada nietecilla quiere que sus abuelos que están impedidos en su casa, en una de las torres de cualquier Polígono residencial del entorno ciudadano, puedan disfrutar del Domingo de Ramos casi al segundo, antes de que el cortejo procesional llegue a Oriente, y siga por Perdomo arriba.

La ciudad sigue los pasos procesionales cada día de esta Semana que se vive entre lo sagrado y lo profano. Para anunciar cada evento ya se han lucido desde días atrás los artísticos carteles de parroquias y cofradías, con sus vírgenes doloridas y lacrimógenas, asomadas en los vitrales de los escaparates de librerías, ópticas, jugueterías, y algo menos en las tiendas de franquicias que saben poco de estas cosas de la liturgia tradicional. Este miércoles sube calle arriba, la Virgen de los Dolores de Triana, por Travieso hasta San Bernardo, y a duras penas entra en la ermita conventual de los Franciscanos, en Perdomo. El espectáculo es solemne, porque la música y los andares en acompasado movimiento no dejan indiferente ni siquiera a los vecinos más descreídos de la modernidad, los mismos que hace una semana vitoreaban en los balcones al Atlético de Madrid por ganarle a los culés y lograr plaza de privilegio en la Champions. Esta es la crónica de los días, en el barrio emblemático de nuestra urbe.

Y poco más allá, Vegueta vive los pasos de las innovadoras cofradías, con saetas y malagueñas devocionales emitidas desde los balcones. El barrio secular espera como cada año el Encuentro de la imaginería lujaniana, o la Magna procesión del Viernes, en la escenografía natural de sus calles y fachadas de piedra, de mantillas y escapularios, de inciensos y palabras litúrgicas. La música de pentagramas sacros solemniza la emoción de esta gran ópera religiosa. Y en medio de todo, la turbación devocional, donde la mirada del creyente, y no menos la del mismo descreído, es un rayo invisible de amor entre sus ojos vivos y lacrimosos y los de cristal de cualquiera de las vírgenes esculpidas que lucen su mejor esplendor alzadas en la peana procesional.

Vegueta y Triana en su devoción de incienso litúrgico, piedra y modernidad en el encuentro festivo. Y la isla, en sus pueblos y parroquias humildes del interior, en costumbres de arraigo popular, con mantillas negras y recogimiento rural. Y nosotros, aquí, en la tertulia de Cairasco, más allá de vivir la inquietud del paso de las calendas, dejando caer la pregunta que bascula entre la tradición y el contenido de los mensajes vaticanistas que según las crónicas van más allá de la renovación de ropajes, anillos institucionales y la exhibición clerical.