En los últimos tiempos estoy comprobando cómo el nacionalismo canario está adoptando posturas que imitan al nacionalismo catalán. El último episodio ha sido la abstención e, incluso, el voto en contra, de la Ley orgánica de abdicación. No me sorprende. Es normal que tienda a imitar al hermano mayor. En cambio, confieso que como canario que lleva trabajando en Barcelona desde hace más de diez años, me alarma la imitación y, aún más, la posibilidad de que los errores del fanatismo se puedan reproducir en Canarias.

En primer lugar, el mayor éxito del nacionalismo catalán es haber articulado una realidad nacional alrededor de la lengua. Ésta, a su vez, ha sido el motor del sistema educativo que se edificó, con el apoyo bienintencionado de muchos, sobre la base de la denominada normalización lingüística, o sea la exclusión del castellano para compensar supuestamente la que sufrió el catalán durante los años de la Dictadura. La normalización ha sido y es el exitoso camino de la construcción nacional. Ha creado los "nacionales" que toda nación precisa. Ésta se construye en la escuela, como es sabido desde hace mucho tiempo. El caso del Estado francés es la demostración más sobresaliente; en cambio, el del Estado español es el contrario, al haber entregado la educación a la Iglesia católica poco o nada preocupada por crear nacionales cuanto feligreses. Ha alcanzado su objetivo: ya tienen a los sujetos capaces de liderar y hacer realidad la nación. El siguiente paso es el lógico: la independencia. El mayor éxito se puede convertir en el mayor fracaso, porque el sueño se puede hacer realidad como infierno.

En segundo lugar, el nacionalismo canario ni ha tenido ideólogos como Prat de la Riba, Cambó, ? ni ha definido ningún proyecto nacional, ni ha articulado el cómo llevarlo a cabo. El nacionalismo canario es fruto del oportunismo del tradicional caciquismo, sorprendido por la transición democrática. Se podrá travestir como quieran, pero está a años luz del nacionalismo catalán. Éste ha cultivado un rasgo que nos resulta extraño. Desde sus albores ideológicos, a fines del siglo XIX, ha alentado el sentimiento de "pueblo elegido", lleno de cualidades que sobresalen frente a los castellanos y su Estado fracasado, antidemocrático e, incluso, fascista. En el momento presente ha alcanzado el paroxismo: el milenarismo, "Europa nos necesita", la "Holanda del Mediterráneo", ? La misma idea de que "España nos roba" expresa esa superioridad: son las víctimas del atropello, de la colonización, ? expolian sus riquezas; las que recuperarán con la independencia y serán riquísimos. En fin, reúnen tantos y tan importantes méritos que suscitan las envidias y la "venganza de España", como decía el President Mas. Esta arrogancia nos resulta extraña. Incluso la canariedad se caracteriza por lo contrario, una inferioridad "autoinducida" y, por consiguiente, radicalmente falsa. Cuando veo que los nacionalistas canarios se alían con los catalanes me pregunto: ¿sabrán realmente qué piensan de ellos? Si fuesen sinceros, lo que no es cualidad apreciada por los comerciantes, les dirían que los desprecian. ¿No han pensado que forman parte de la España que les roba? Todos los demás son la fuente de sus problemas. En Cataluña todos los males tienen una explicación: España, Madrid o el Real Madrid. Todo se dilucida combinando estas tres causas. No hay autocrítica. El "pueblo elegido" no se autocritica; tampoco admite la crítica: "todo es mentira". No me imagino a los canarios participando de estas patochadas. Al contrario.

En tercer lugar, el nacionalismo catalán ha ganado. Sí, ha ganado. Cataluña puede ser independiente. ¿Quién lo duda? Si Haití lo es, por qué no puede serlo Cataluña. El único inconveniente es que tiene unos costes económicos, sociales, políticos, culturales, ? El nacionalismo ha sido tan exitoso que ha convencido a una mayoría de que estos costes son despreciables. Como decía el candidato de ERC al Parlamento Europeo, "se ha exagerado la importancia de la exclusión de la Unión Europea". Que este riesgo o este coste sea ridiculizado o despreciado es la muestra de lo que digo. Algo falla. El nacionalismo fue una aventura ideológica y política que la burguesía catalana construyó combinando, sobre la base de su "superior inteligencia", diferencia y deferencia. La diferencia respecto de España y la deferencia respecto del Estado. Se vanagloriaban de su éxito. Ahora la diferencia amenaza a la deferencia no sólo respecto de España sino respecto de la Unión Europea. Los negocios están en peligro. Entre el empresariado, el gran empresariado, comienza a cundir la preocupación. Y el temor. Ya se están aplicando estrategias defensivas como la operada por una importante entidad financiera. El cataclismo. A cualquier precio. La fractura social es una de ellas.

El nacionalismo como ideología es un anacronismo histórico que ha recuperado cierto protagonismo porque es la respuesta defensiva de las élites y ciertos sectores populares frente a la globalización. En el escenario europeo pretenden caminar hacia la integración europea trazando nuevas fronteras. Es absurdo. No aguanta la lógica más básica. El peso del fanatismo es tal que ni las razones son vistas, ni apreciadas. El objetivo es la independencia a cualquier coste, a cualquier precio. No me parece que los canarios estén por participar de estas ideas. Nuestra historia comulga en una dirección diametralmente opuesta. Y nuestra situación geográfica aún más. Ni hemos participado de arrogancia alguna, ni hemos soñado con el pueblo elegido, ni hemos imaginado que la independencia de Canarias sea la solución a nuestros males. Al contrario. El tactismo del nacionalismo canario que busca una seña de identidad en el catalán es tan escandalosamente evidente que pone de manifiesto la ridiculez de su empeño. La irrelevancia política e ideológica. Por mucho que se quiera construir la versión canaria de "España nos roba", todos sabemos que es mejor la "madrastra española" que los sueños alucinógenos del paraíso en mitad de la nada africana, rodeado de sátrapas que pueden estar tentados en resolver sus problemas internos organizando operaciones de invasión bajo el paraguas, como no, de la Historia. Al nacionalismo sólo le reconozco algo positivo: inocula a todos los que lo vemos operar la vacuna de la globalidad, de la humanidad y de la tolerancia. El localismo, el sectarismo y la intransigencia, te reconcilian con tu pasado y con las cualidades con las que te han educado. Nunca me he sentido más canario que viviendo en Barcelona.