Todas las encuestas sobre intención de voto que se están haciendo en España detectan un crecimiento constante de las expectativas del fenómeno Podemos, el partido revelación en las pasadas elecciones europeas. Un recipiente sociológico que ha recogido toda la indignación ciudadana contra la clase política que no defiende a los trabajadores y clases medias en la crisis, "sino a los banqueros y poderosos"; una casta que ha ido rapiñando prebendas y privilegios; que no persigue la corrupción... Es una amalgama que solo está unida por el cabreo, y por la esperanza de que un cambio radical reponga la cordura en la gobernación y recupere la gran prioridad: el estado social que figura en el artículo primero de la Constitución.

Frente a esta realidad, el PP y el PSOE no han atinado, o no han podido, dar la respuesta correcta, y parece que juegan a pasapalabra. Mariano Rajoy, y el núcleo duro de la dirección conservadora, hacen justamente lo contrario a lo que demanda la sociedad, y a las buenas prácticas que exige Bruselas: por ejemplo, diseñando cambios en las circunscripciones electorales (Castilla-La Mancha, v.g.) o metiendo con calzador en el último instante una ley que imponga que sea alcalde el primer candidato de la lista más votada. Esto, que podría tener sentido, y de hecho lo tiene, lo pierde cuando en vez de una reforma neutral se convierte descaradamente en un intento de pucherazo para que el Partido Popular en caída libre salve el escollo de las alianzas progresistas. Hay países en que es así, pero con segunda vuelta, o con un mínimo de votos en la primera tan alto que en la práctica es una mayoría absoluta. Lo que dice la UE es que este tipo de decisiones hay que hacerlas con suficiente antelación.

Aparte de esta percepción, la ciudadanía tiene otra: Rajoy "sigue mintiendo", pues en 2011 y en 2013 defendió precisamente que él nunca haría una cosa así sin consenso; que la mayoría absoluta puede servir para subir o bajar el IRPF pero nunca para cambiar las reglas empezado el partido.

Y el PSOE, en un primer momento pareció entender el mensaje de las urnas tras su tremendo batacazo europeo. La dimisión de Pérez Rubalcaba fue una medida necesaria, que confirmó la solvencia democrática del exlíder socialista, un consumado pragmático, que decidió volver a dar clases de química en la universidad. Las primarias, el proceso más democrático en la actualidad en la vida de los partidos, del que los socialistas se han convertido en pioneros, alumbraron a un desconocido líder madrileño, procedente de la segunda fila, Pedro Sánchez Pérez-Castejón que prometía revisar los comportamientos y las prioridades.

Pero suele ocurrir que los políticos, incluso los más perspicaces, tengan unas prioridades que no son las de los ciudadanos. Los políticos, por la propia naturaleza de su trabajo (en España, especialmente, con las listas cerradas) tienden a aislarse dentro de una campana de cristal que distorsiona los sonidos del exterior y modifica la temperatura.

El secretario general del PSOE está desplegando una amplia actividad como gobernante creíble para el espectro del centro... pero quizás ese centro de antes haya cambiado de tal manera que ahora mismo no es el que era hace seis meses; ni le importen las mismas cosas que antes le importaban. En parte porque los grandes problemas no están siendo suficientemente explicados por el PSOE, que está cayendo en la misma trampa en que cayó Elena Valenciano cuando creyó que el gran asunto de las europeas consistía en que Arias Cañete era un machista. Una campaña que en España perdió el norte y dejó de ser europea a la mitad para convertirse en feminista o cañetista o lo que fuera que era aquello. No se da cuenta el PSOE de que a la gente no le interesa lo que ellos y sus comités crean que han hecho, sino lo que dice el PP que hizo Zapatero, un conjunto de intoxicaciones de propaganda y falsas verdades de argumentario que ha pasado a ser aceptado por intertextualidad y repetición constante. No es que el PP les marque la agenda; es que si no convencen al electorado de que Zapatero no provocó la crisis, de que la crisis la empezó a sembrar Aznar con las privatizaciones de empresas estratégicas y la ley del suelo del 96 que dio lugar a la burbuja; de que están dispuestos a machacar a los corruptos en Andalucía y hacer una limpieza general con el método Don Limpio antibacterias; de que promueven una reforma electoral para las listas abiertas... pasarán a la irrelevancia.

Podemos es quien más fácil lo tiene: el que no cuenta con pasado no tiene la presunción de mentiroso o de responsable de nuestros males.

Esa es la cuestión: si España se decanta por un berlusconismo bolivariano de izquierdas, luego solo les quedará a los partidos normales imitar al lloroso Boabdil cuando entregó Granada a los Reyes Católicos.