Llega un momento (no sé si es la hora del adiós) en que resulta imposible practicar lo único posible: dialogar. Dos no discuten (ni llegan a un acuerdo) si uno no quiere, y en este caso, ninguno de ambos lo pretende. De toda la mojiganga patriótica de la aventura separatista en Cataluña lo que más me pasma es el papel de las izquierdas -y no me refiero a Ezquerra Republicana, cuyo izquierdismo es básicamente retórico, apopléjico-. Ese estúpido y aleluyesco entusiasmo por el procés entre fuerzas de izquierda de dentro y fuera de Cataluña refleja por enésima vez el infantilismo oportunista que caracteriza los imaginarios de las izquierdas desde siempre. Los heroicos redactores de la revista Combat, dirigidos por Albert Camus en la Francia ocupada por los nazis, mostraban un lema en portada: "De la Liberación a la Revolución". Tenían más razón en sostener esa esperanza que aquellos que aguardan, alborozados, que la independencia de Cataluña sea el inicio de un proceso constituyente que sirva de placenta para una república de izquierda caracterizada por la democracia directa, la autogestión y la pureza incontaminada de las nuevas instituciones públicas. De nuevo la fascinación incontrolada e incontrolable por un amanecer cuyos rayos purifiquen la maldad, la injusticia, la miseria. Se partirá de cero y las clases medias catalanas, con toda seguridad, votarán masivamente a David Fernández, Ada Colau y Podemos. (Ah, David Fernández. Me cae bien ese pibe. Me cae bien porque se sabe muchos versos y cita siempre a muchos poetas. Y es por eso mismo que me pone los pelos de punta. ¿Qué el proceso independentista puede conducir a una situación de extrema conflictividad política, financiera, económica o social? Pues Fernández cita al poeta balear Blai Bonet: "La impotencia nos dirá lo que tenemos que hacer". La poesía -escogida- como base de una estrategia política. Si todo se hace con autogestión, decencia, coraje y un poquito de poesía, nen).

Yo, contra otros, no rechazo que Cataluña pueda ser un estado independiente. No alcanzo a entender cabalmente las razones que avalan que esa decisión política signifique más libertad, más bienestar, mayor y mejor democracia para los catalanes, que ni viven en una infecta colonia, ni ven su lengua y su cultura amenazadas, ni disponen de unas élites políticas y empresariales precisamente ejemplares. Lo que rechazo es la trapacera y mezquina estupidez de la metodología empleada, el desprecio a una legalidad que ha concedido a Cataluña el mayor grado de autonomía política de su historia -sin excluir esa idílica protodemocracia medieval arrebatada en el siglo XVIII-, la confusión gallinácea entre política y propaganda, las mentiras maniqueas, el sentimentalismo épico y botarate. Esto no va a acabar bien.