Sin Cataluña, España sería más aburrida. En un viaje previo a otro país extranjero, Obama preguntó al Congreso si podía bombardear Siria. Formuló la petición a sabiendas de que la cámara le negaría una autorización que no deseaba. Poco después, la emprendía contra el Ejército Islámico sin encomendarse al legislativo. También Artur Mas ha abanderado la independencia como una coartada. La imagen histórica del primer president que firmaba un referéndum de autodeterminación, se distorsiona al saber que estampó el garabato en la seguridad de que la votación no se llevaría a cabo. Asumió una farsa política, que paradójicamente posterga ad calendas graecas la repetición en condiciones del enrevesado ceremonial plebiscitario.

Si el referéndum catalán no ha sido posible ahora, tampoco lo era cuando se enarboló dos años atrás. En este lapso no se ha registrado ningún cambio de entidad que justificara su abandono. El mismo Govern, el mismo Gobierno, el mismo Tribunal Constitucional, las mismas expresiones colectivas. Mas firmó con desacostumbrada prosopopeya una hipoteca que no tenía ninguna intención de pagar. Políticamente de nuevo, la voluntariedad de su comportamiento no se distingue de la temeraria ausencia de deliberación. Siempre supo que no habría referéndum, por lo que se halla más cerca de la picaresca que del heroísmo.

Las interpretaciones psicológicas de una decisión política son tan jugosas como irrelevantes, por lo que cabe lanzarse a ellas sin timidez. Presa del pánico, el titular de la Generalitat se ha curado del vértigo que le contagiaba la independencia. Se arroja para ello en brazos del paternalismo admonitorio de Rajoy. Como contrapartida a su fingida desobediencia, traduce un referéndum de autodeterminación en una programación verbenera. El Cirque du Soleil de los referenda, ya que se cita con profusión a Canadá. El espectáculo resulta tan convincente que hace días desató las lágrimas de Oriol Junqueras, al ser entrevistado por Mònica Terribas. Los independentistas no desertan en tropel del pícaro porque cuesta más admitir un desengaño que un engaño.

Mas propugnó la independencia mientras tuvo la garantía de que sería paralizada por la autoridad competente. Se comportó como el hijo pródigo que siempre contempla el regreso al redil. En documentos publicados este año con el sello de la Generalitat, se menciona a las claras "la eventual secesión", se evalúa "el actual proceso de autodeterminación" y se encarece "la decisión catalana de crear un Estado propio". La pirotecnia verbal se concentraba en una fecha cenital. A un mes vista, el titular de la Generalitat no se ha limitado a desentenderse del referéndum que nunca iba a tener lugar, sino que lo caricaturiza como un picnic dominical para que Junqueras disponga de un foro donde seguir llorando.

La grandilocuencia y el esperpento son vecinos de palco. Mas ha ridiculizado a Cataluña, la ha degradado al nivel de provincia. Su exuberancia irracional lo reduce a un papel castizo de renombre, el bocazas. Ni siquiera se ha sometido al martirio de la dimisión. Programa su caricatura del 9 de noviembre manteniéndose en el poder, ahora que todos los sondeos coinciden en su descabezamiento. Se garantiza la prórroga mediante un "simulacro", en su propia verborrea. Ha redondeado la tarea de denigración iniciada por Pujol.

Mas ha sacado la independencia del debate nacional. De paso, ha fortalecido al Tribunal Constitucional. Ahora evoca las plebiscitarias, con la misma fascinación que antaño le provocaba la consulta. Ha cambiado de juguete. Mejor avisados, sus socios parecen conscientes de la inmaterialidad de una lista única que abarque desde la beata Unió hasta la atea Iniciativa, y donde los candidatos solo compartan la militancia en el Barça. Con su desparpajo irredento, el president anunciaba este desfile cacofónico al día siguiente de que fuera descartado por el ecoizquierdista Joan Herrera. Tampoco se aclara quién encabezaría la lista autodeterminada.

Cataluña se purgó la corrupción de Pujol en la Diada. El patriarca no afecta el deseo masivo de una consulta, aunque sí daña las perspectivas de voto de CiU. La humillación de Mas también repercutirá en Esquerra, por lo que las lágrimas de Junqueras reflejan un dolor más íntimo de lo que cree su autor. Todo contrato exige un "objeto cierto", y Mas ejerce de falsificador al pactar una ficción con su pueblo. Siempre puede alegar que tampoco reconoce el Código Civil español. Salvo que el Constitucional le indique lo contrario.